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11 2010

Valor afectivo

Colonialidad, feminización y migración

Encarnación Gutiérrez Rodríguez

Traducción de Marcelo Expósito

Los teóricos posmarxistas reconocen el trabajo afectivo como uno de los ejes de la producción en las industrias del conocimiento, informacionales y creativas. Tales análisis se aplican a lo que en términos de Marx se describe como 'esfera de la producción', pero prestan poca atención a lo que se ha llamado 'esfera de la reproducción'. Los debates feministas de la década de 1970 han sido centrales a la hora de arrojar luz sobre el hecho de que la esfera de la reproducción está estrechamente ligada a la esfera de la producción. Al dirigir el foco hacia el trabajo doméstico, las feministas marxistas han demostrado que este trabajo resulta necesario para la reproducción de la sociedad[1]. A pesar de las campañas feministas que exigen 'wages for housework' [un sueldo por el trabajo doméstico] porque insisten en que se acumula 'plusvalía' mediante este trabajo, y aunque hay pruebas que demuestran que el trabajo doméstico es constitutivo de la reproducción social, este trabajo se sigue devaluando en la sociedad.

Poco ha cambiado desde que las feministas marxistas demostraron que la devaluación social del trabajo doméstico está íntimamente ligada al carácter feminizado y racializado de la fuerza de trabajo que lo realiza[2]. En consecuencia, la cuestión del trabajo doméstico necesita ser tratada de nuevo, porque señala la persistencia de procesos de feminización y de colonialidad del trabajo en la organización de los modos de producción capitalistas. El trabajo doméstico no es solo una expresión singular de cómo estos dos procesos configuran la estratificación de la sociedad, sino también un síntoma de cómo se organiza la producción del capital hoy. El análisis que voy a ofrecer del valor afectivo, ejemplificándolo en el trabajo doméstico, hará algo más que meramente dirigir la atención hacia éste. Quiero más bien invitar a tomar en consideración el trabajo doméstico como trabajo afectivo mediante el cual se produce valor afectivo, de una manera paradigmática de los modos de producción actuales. La feminización, como analizan Precarias a la Deriva, es característica de las nuevas formas de empleo, explotación y codificación de la fuerza de trabajo marcada por la precariedad[3]. Empero, los nuevos modos de producción no solo están conformados por las características que se atribuyen al trabajo feminizado, sino también por los mecanismos de subalternización arraigados en la colonialidad del trabajo, tal y como se analizará aquí mediante el ejemplo del trabajo doméstico.

Numerosos estudios han caracterizado como "un vínculo de explotación"[4] las dinámicas que surgen de las relaciones de empleo que tienen lugar entre dos mujeres a propósito del trabajo doméstico. Voy a demostrar que esta relación de explotación se complica cuando observamos el trabajo doméstico como trabajo afectivo. Lo que apreciamos así es que, cuando una mujer es empleada para servir a otra mujer y al conjunto del hogar de ésta, ambas se ven afectadas por este trabajo de una manera similar pero diferente; y que este trabajo se ve a su vez afectado por los afectos de estas dos mujeres. Este trabajo —vital en tanto que trabajo vivo— se sostiene por los afectos que en él se producen y absorben. El trabajo doméstico, en tanto que trabajo afectivo, es una expresión de las desigualdades globales impresas en los cuerpos de las mujeres. Como observa Pierrette Hondagneu-Sotelo, la globalización ha creado nuevos regímenes de desigualdad, en los cuales se ha reorganizado la intersección entre 'raza', género y clase[5]. Estos nuevos regímenes de desigualdad se reflejan en los hogares privados. Las mujeres migrantes de Europa del Este y del Sur global están hoy día haciéndose cargo del trabajo doméstico, pues éste se deja todavía en manos de las mujeres.

La expresión, impresión, transmisión y circulación de afectos en los hogares privados que tienen empleada a una trabajadora doméstica —empleo que en algunos casos está sujeto al estatuto legal de la migrante (indocumentada)— surge y se desarrolla en el marco de determinadas dinámicas sociopolíticas. Los afectos no solo despliegan un contexto, sino que también surgen ellos mismos de un territorio histórico y geopolítico concreto. Al mismo tiempo que emanan de las dinámicas que producen nuestras energías, impulsos, sensaciones y encuentros[6], los afectos también portan residuos de significado. Influyen en ellos intensidades del pasado que no siempre se expresan ni se conciben en el presente. En efecto, las expresiones y transmisiones inmediatas de afectos pueden revivir sensaciones o experiencias de dolor o de gozo reprimidas. Aunque no se expresen explícitamente, se trata de constelaciones temporales y espaciales de ciertos momentos que han quedado impresos en la herencia del pasado y en los itinerarios del presente y del futuro. Voy a contextualizar la transmisión y circulación de afectos que produce el trabajo doméstico en la cadena de codificación del valor, para poder así analizar en las páginas que siguen cuán significativa es la producción de valor afectivo para la reproducción social. En primer lugar voy a introducir la cuestión del valor, para después situarla en el marco de análisis de la colonialidad del trabajo de Aníbal Quijano y en el concepto marxiano de 'asincronía', poniéndolo en relación con el dilema de la modernidad/colonialidad. Desde esta perspectiva nos aproximaremos a la cuestión de cómo se codifica el trabajo vivo, prestando atención a la 'plusvalía' en el trabajo doméstico y a su cualidad afectiva. Para concluir, ofreceré algunas reflexiones sobre el trabajo afectivo y el valor afectivo. Observemos por tanto ahora más de cerca la cuestión del valor.


Valor

El análisis del valor está en el corazón de la teoría (pos)marxista. Al poner el foco sobre el intercambio entre el valor de cambio y el valor de uso, la teoría marxista nos ha hecho reflexionar acerca del carácter relacional de la producción de valor que permite articular un consenso social y cultural. Por tanto, la cuestión del valor, tal y como nos recuerda Gayatri Chakravorty Spivak, está íntimamente ligada a su codificación cultural: "dejar a un lado la teoría del valor en el análisis del trabajo supone olvidar qué implicaciones textuales y axiológicas se derivan de un discurso materialista sobre el sujeto"[7]. Spivak defiende aquí que el análisis del valor debe tomar en cuenta tanto el 'discurso materialista' sobre la cultura como el 'discurso cultural' sobre la producción capitalista. Al ser el resultado de la relación intrínseca entre la superestructura (ideológica) y la base (material), el valor señala que la lógica de explotación del trabajo y de la acumulación capitalista es de naturaleza transversal. Es un elemento extraño del capital, puesto que su lógica, por un lado, se hace tangible, y por otro lado se mantiene dispersa. El valor está caracterizado por una doble dimensión en apariencia contradictoria: sustancia (consolidación), por una parte; fluidez (dispersión), por otra. La primera dimensión se refiere a su devenir histórico, a su carácter ontológico; y la segunda se refiere a su naturaleza rizomática transgresora, condicionada por dinámicas, procesos y acontecimientos sociales. Como Marx nos explica a propósito de la mercancía, su valor pudiera no decirnos nada sobre el carácter corpóreo de la fuerza de trabajo que se invirtió en producirla, pero son las capacidades sensorias de quienes las producen las que infunden valor a la mercancía:

“El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como así, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores. Este quid pro quo es lo que convierte a los productos de trabajo en mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en objetos sociales. Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de un objeto en el nervio visual, que parece como si no fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista, sino la forma material de un objeto situado fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la cosa exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo”[8].

 

Una mercancía tiene un carácter misterioso. A la vez que parece tener un carácter objetivo separado de quienes la produjeron y que emana de su relación con otras mercancías, está condicionada por las percepciones de quienes la producen. La cualidad social de una mercancía es así perceptible, pero también imperceptible por los sentidos si hacemos caso omiso de las relaciones afectivas de las que este producto surge. Si ignoramos la cuestión de cómo los productos están también relacionados con nuestra dimensión 'subjetiva', con nuestros 'sentidos', con la circulación de afectos, entonces no podemos entender el tejido cultural y social de la producción capitalista. Para Marx, la producción está ligada a nuestros 'sentidos' y no puede ser reducida a una mera cosa, 'la mercancía'. Si se focaliza 'la mercancía' solamente como apariencia (Erscheinungsform) quedan velados los elementos que han contribuido a producirla: la fuerza y el tiempo de trabajo, o dicho de manera más sencilla: su trabajo vivo. Aun más, la percepción de una mercancía como algo útil o generador de valor también es el resultado de su carácter relacional. Es solo mediante su relación con otras mercancías y con quienes las producen que el valor se produce, atribuye, ejecuta, expresa, imprime, transmite y experimenta. Los afectos juegan un papel significativo en este orden de cosas, puesto que las relaciones afectivas dan forma a la relación entre la mercancía y quien la produce/consume. Lo que se esconde tras la mercancía no es solo una compleja red de relaciones sociales o un guión cultural para la codificación del valor, sino más bien todo un espectro de experiencias sensuales relacionadas con la fuerza de trabajo y su capacidad de sentir. Estas relaciones afectivas suceden en un marco sociohistórico y son articuladas por diferentes formas concretas de trabajo. Una de ellas es el trabajo doméstico, sinécdoque no solo de la persistencia de la feminización, sino también, más en concreto, de la continuidad de la colonialidad del trabajo en el capitalismo avanzado.


Colonialidad del trabajo

A la vez que ha crecido la demanda de trabajadoras domésticas y de cuidados en la Unión Europea (UE) —debido a la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, al envejecimiento de la población y a la privatización de los servicios sociales[9]—, se ha restringido en los últimos diez años la entrada y el arraigo de los ciudadanos y ciudadanas no-europeos. Del mismo modo, son escasos los programas estatales que busquen dar respuestas sociales al trabajo doméstico y de cuidados. Las mujeres profesionales que rehúsan asumir en solitario la responsabilidad del cuidado doméstico optan —de común acuerdo con el resto de los miembros del hogar— por delegar este trabajo en otra persona. Desempeñan cada vez más este empleo mujeres que se ven empujadas a los márgenes de la 'migración indocumentada' y del trabajo precario feminizado por los imperativos legales de las políticas de asilo y migración. Abandonadas en una zona gris de los derechos laborales, que incluye desde medidas reguladoras parciales hasta la completa desregulación, la fuerza de trabajo de estas trabajadoras está devaluada socialmente por el discurso cultural que lo representa como un trabajo feminizado y racializado. Si observamos cómo los hogares privados están insertos en las dinámicas de interdependencia global, se hace más evidente que éstos son la cara local que adopta en Europa occidental la división generizada y racializada del sistema-mundo moderno/colonial. Desde este punto de vista, la herencia del orden colonial —reactivada mediante la segregación racial y de género del mercado de trabajo y de las políticas migratorias deshumanizadoras— se deja sentir a nivel individual y moviliza nuestros encuentros cotidianos, remitiéndonos a lo que Aníbal Quijano analiza como la 'colonialidad del trabajo'.

La lógica colonial que opera implícitamente en las divisiones étnicas y 'raciales' está todavía vigente en las sociedades contemporáneas. Como aprecian Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, "la transición del colonialismo moderno al global, un proceso que ha modificado realmente las formas de dominación desatadas por la modernidad, no ha alterado sin embargo la estructura de la relación centro-periferia a escala global"[10]. Esta perspectiva conlleva percibir las formas actuales de governance como enraizadas en un sistema de clasificación social basado en la categoría colonial de 'raza' y sus interpretaciones modernas siguiendo líneas divisorias étnicas, culturales y religiosas, en virtud de las cuales surge el 'Otro' de la 'modernidad europea/occidental'. Aunque no se verbaliza explícitamente en nuestras políticas migratorias nacionales de la UE, la división entre ciudadanos 'de la UE' y ciudadanos 'no de la UE' es una reminiscencia del sistema de clasificación colonial. En el caso de la emigración latinoamericana a Europa, esto ha producido un cambio en la percepción pública de este grupo. En la década de 1970, personas procedentes de Chile, Argentina y Uruguay encontraron hospitalidad solicitando asilo en, por ejemplo, Reino Unido, Alemania, Francia y España. Pero hoy día el término 'exilio' casi ha desaparecido de los discursos públicos, siendo reemplazado por políticas que tienen la intención de regular y restringir la entrada a los territorios europeos. Aunque no denoten explícitamente diferenciación por raza o etnia, las políticas migratorias operan sobre la base epistémica de la 'diferencia colonial'.

Como afirma Walter Mignolo, la 'diferencia colonial' implica la diferenciación jerárquica y la clasificación racial de las poblaciones desde 'la' perspectiva europea[11]. La interpelación y el trato que se prodiga por parte de las políticas migratorias a las personas migrantes y refugiadas como 'invasoras', 'impostoras' y 'extranjeras', invocan la imagen de esta población como el 'Otro' de la nación, codificándolo como un cuerpo sujeto a tecnologías de governance, información, vigilancia y control. Una mirada más atenta al campo de la 'migración indocumentada' revela cómo las definiciones institucionales actúan en el interior de una lógica de subalternización. La lógica de gobierno de la migración y el asilo mediante tecnologías de control y vigilancia está instalada en el centro del sistema-mundo moderno/colonial y da nueva forma a la expresión moderna de la colonialidad del trabajo. En virtud de estas dinámicas, la 'diferencia colonial' crea una 'exterioridad'[12] de Europa, no solo como un afuera del territorio europeo —tal y como describe Enrique Dussel—, sino también en su interior. Esta 'exterioridad' dentro de Europa se crea en la interpelación y la enunciación de las personas migrantes y refugiadas no-europeas o europeas del este como el 'Otro' de la nación, racializado, etnicizado y generizado. Se trata de una posición que evidencia una forma de existencia constituida por las condiciones de vida materiales que son impuestas por las políticas migratorias y son sostenidas por la lógica capitalista.


La codificación del trabajo vivo

Partir de una perspectiva decolonial en los estudios migratorios transnacionales, y en particular en el análisis del trabajo doméstico, nos conduce a tomar en consideración lo que Marx denominó 'asincronía' (Ungleichzeitigkeit), esto es, la existencia paralela de dos periodos temporales que ocurren en el mismo lugar. Estudiar la bisagra de la articulación  modernidad-colonialidad en el capitalismo avanzado requiere explorar esta sincronicidad diacrónica entre dos temporalidades que dan forma a los modos de producción. El capital, que ya no se detiene las puertas de la fábrica, se expande a la esfera social, a las redes privadas interpersonales, absorbiendo la fuerza de trabajo que se crea fuera del mando de la producción organizada. Esta fuerza de trabajo emana de la fuerza vital de los seres humanos, de sus facultades subjetivas, de su capacidad de ser creativos, relacionales y afectivos. La productividad se extrae de los flujos flexibles de producción que surgen del carácter cooperativo, creativo y afectivo del trabajo vivo. Es en este sentido que las condiciones biopolíticas de los trabajadores y trabajadoras, sus capacidades creativas, cooperativas y afectivas, se convierten en un objetivo de la acumulación capitalista. Teóricos como Antonio Negri y Michael Hardt llegan a la conclusión de que la producción se organiza a nivel biopolítico.

La productividad que se extrae de nuestras fuerzas vitales, del trabajo vivo, “la diversidad de facultades humanas, de prácticas de cooperación que con frecuencia se desarrollan fuera del mando capitalista directo, de 'formas de vida' que componen ese poder productivo”[13], se han convertido en el objetivo de la acumulación capitalista. En el análisis que ofrece Imperio, Negri y Hardt afirman que la incorporación de las nuevas tecnologías y la producción de 'bienes inmateriales', información, conocimiento, imágenes y lenguajes, requieren otras facultades de la fuerza de trabajo más allá de las que exigían las industrias fordistas[14]. Las facultades subjetivas, creativas, comunicativas y afectivas de la fuerza de trabajo son las más importantes para el tipo de trabajo que se requiere en la reorganización del trabajo que empieza a surgir a finales de la década de 1980[15]. En este desarrollo de la producción capitalista, Negri y Hardt reconocen el trabajo afectivo como uno de los aspectos cruciales de la nueva cualidad del trabajo. Negri explica que "cuanto más pierde la teoría del valor su referencia al sujeto... más reside el valor en el afecto, en el trabajo vivo que se autonomiza de la relación de capital”[16].

Este enfoque, si bien presta atención a la creación de 'nuevas subjetividades posfordistas' —impulsadas por el mando empresarial neoliberal sobre la vida y el trabajo, que se caracteriza por la creciente precariedad y feminización del mercado del trabajo, tal y como analizan Precarias a la Deriva—, omite en cambio el hecho de que estas nuevas estrategias de acumulación capitalista se efectúan en combinación con modos de producción que son una reminiscencia de la lógica de la colonialidad y la feminización del trabajo. El trabajo doméstico representa una articulación de la relación diacrónica de modos de producción, pues los nuevos modos de producción del capitalismo avanzado y flexible se basan también en formas reminiscentes de la explotación capitalista como son "la esclavitud, la servidumbre, el vasallaje y las relaciones patriarcales de subordinación"[17]. Así, aun cuando los análisis de la producción capitalista suelen descartar el trabajo doméstico, éste no deja de ser constitutivo de los modos de producción en el capitalismo avanzado, y al mismo tiempo paradigmático de la continuidad de los modos de producción modernos/coloniales en el capitalismo avanzado.


Valor afectivo

La forma del valor del trabajo doméstico es inseparable de las genealogías históricas y de los procesos sociales derivados de las luchas hegemónicas. El valor lleva inscrito y al mismo tiempo sirve como indicador de un orden social e histórico específico; muestra así un carácter doble. Por una parte, está relacionado con las condiciones materiales de producción, y por otra parte lo está con un guión cultural de la producción. Desde esta perspectiva ontofenomenológica, el trabajo doméstico opera simultáneamente como inscripción y como corporalidad, lo cual se manifiesta tanto en sus cualidades afectivas como en la inscripción generizada y racializada de la fuerza de trabajo que lo realiza. En el trabajo doméstico, el carácter feminizado de la fuerza de trabajo se relaciona con la colonialidad del trabajo. De esta forma, el trabajo doméstico se configura dentro y a través de un campo de prácticas sociales contextualizadas y de una producción de sentido situada, particularmente en lo que respecta a sus procesos de feminización y racialización.

La productividad que se extrae del trabajo vivo en el trabajo doméstico sigue el guión oculto del capitalismo disciplinario, en el cual los sujetos feminizados y racializados se consideran 'materia prima' y su trabajo se codifica como 'natural', es decir, que no necesita inversión de capital. En efecto, el capital mantiene artificialmente este tipo de trabajo fuera de los circuitos de acumulación capitalista ignorándolo y negando que forma parte constitutiva de éstos. El trabajo doméstico en general, y las 'trabajadoras domésticas indocumentadas' en particular, dan cuerpo a la 'exterioridad'[18] o la 'diferencia colonial'[19]. Su presencia sigue estando dictada por temporalidades y condiciones que se sitúan fuera del guión del progreso y la prosperidad modernos. Síntoma de ello son las condiciones en que se realiza el trabajo doméstico: contratos verbales, periodos de trabajo sin regular, condiciones de trabajo inseguras, vulnerables y dependientes de quienes lo emplean. A través del trabajo doméstico, el capital absorbe las huellas de la vida, el poder biopolítico de las relaciones sociales humanas. Por tanto, aunque el capital no invierta directamente en el trabajo doméstico, la productividad de éste forma la base de la acumulación capitalista. El trabajo doméstico se sitúa en la interpenetración entre los nuevos modos de organización del trabajo y los mecanismos clásicos de explotación del trabajo, y surge en la coyuntura de diferentes temporalidades, contribuyendo así a la producción y acumulación de una plusvalía que se produce por la absorción no solo de la fuerza de trabajo física y emocional, sino también de su potencial afectivo.

Al prestar atención a la dimensión afectiva del trabajo doméstico y al considerarlo un trabajo afectivo surge el problema de la dimensión ontofenomenológica del valor[20]. Esto es así dado que la correlación entre la falta de reconocimiento social del trabajo doméstico y de su fuerza de trabajo habitualmente racializada y feminizada, revela que el trabajo no solo está constituido por las cualidades que lo caracterizan, sino también por cómo se cuantifica dependiendo de quién lo realiza. El trabajo doméstico no está mal pagado porque se lo signifique como no-productivo, sino porque lo realizan sujetos feminizados y racializados que se consideran 'inferiores' con respecto al sujeto normativo hegemónico. Una vez más, la devaluación del trabajo doméstico es un predicado cultural y refleja las percepciones hegemónicas. El valor atribuible al trabajo doméstico no se puede medir con los términos marxistas de 'valor de uso' y 'valor de cambio', puesto que esta categorización no concibe la específica cualidad biopolítica de este trabajo en tanto que trabajo reproductivo, emocional y afectivo. Para poder descifrar el valor intrínseco producido por y extraído de este trabajo, tenemos que tomar en consideración el valor afectivo.

El valor afectivo, con respecto al valor de uso y al valor de cambio, representa una 'tercera categoría' que denota el carácter relacional y social de las interacciones humanas. Se trata de una categoría que dirige nuestra atención hacia el valor que se produce mediante las energías, sensaciones e intensidades de los encuentros humanos que tienen lugar en un sistema jerárquico de clasificación colonial, enraizado en la lógica y las dinámicas del sistema-mundo moderno/colonial. El valor afectivo, por tanto, trae a primer plano la determinación cultural y la dimensión corporal de la producción de valor. Desde este punto de vista, el trabajo doméstico se entiende como un lugar de reproducción social, en el que la expresión, impresión y circulación de los afectos y su transmisión-afección revelan la dimensión corporal y sensual de categorías supuestamente descarnadas como trabajo y valor[21]. En las relaciones interpersonales de las trabajadoras domésticas con sus empleadoras, estas categorías se vuelven "animadas y estimulantes" y liberan su "potencial performativo e interpelador"[22]. De esta forma, el valor producido, intercambiado y acumulado en el trabajo doméstico no es solo una articulación de la "intensidad corporal en la realización de un sobretrabajo", sino la expresión de "la intensidad afectiva que viene asociada a la explotación"[23].

 



[1] Heidi Hartman, “The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism: Towards a more progressive union”, Capital and Class, nº 8, pp 1-33, 1981; Cristina Delphy, Close to Home: a materialist analysis of women’s oppression, Londres, Hutchinson, 1981; Mariarosa Dalla Costa y Selma James, The Power of Women and the Subversion of the Community, Londres, Butler and Tanner Ltd., 1972.

[2] Mariarosa Dalla Costa y Selma James, op. cit.

[3] Precarias a la Deriva, A la deriva. Por los circuitos de la precariedad femenina, Madrid, Traficantes de Sueños, 2004.

[4] Véase Mary Romero, Maid in the U.S.A. London, Routledge, 1992, y también el análisis de cómo la 'raza' se configura en la relación de las trabajadoras domésticas con sus empleadoras, en Judith Rollins, Between Women: Domestics and their Employers. Philadelphia, Temple University Press, 1985. La negociación de clase y 'raza' entre empleadoras y trabajadoras domésticas representa también uno de los temas principales en las investigaciones sobre las desigualdades globales. Véase el análisis de Pierrette Hondagneu-Sotelo, Doméstica: Immigrant Workers Working and Cleaning in the Shadows of Affluence, Berkeley, University of California Press, 2001; Nicole Constable, Maid to Order in Hong Kong: Stories of Filipina Workers. Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1997; Pei-Chia Lan, Global Cinderellas: Migrant Domestics and Newly Rich Employers in Taiwan, Durham, Duke University Press, 2006; Rhacel Salazar Parreñas, Servants of Globalization. Women, Migration, and Domestic Work, Standford, Stanford University Press, 2001.

[5] Véase Pierrette Hondagneu-Sotelo, Doméstica, op. cit.

[6] Véase Kathleen Stewart, Ordinary Affects. Durham, Duke University Press, 2007, p. 3.

[7] Gayatri Chakravorty Spivak, “Scattered Speculations on the Question of Value”, Diacritics, vol. 15, nº 4, 1985, p. 89.

[8] Karl Marx, Das Kapital, Band I, MEW 23, http://www.infopartisan.net/archive/mew/ [versión castellana: El Capital. Crítica de la Economía Política I, traducción de Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 37].

[9] Para un análisis más extenso, véase Ángeles Escriva y Emmeline Skinner, “Moving to Spain at an Advanced Age”, y Fiona Williams y Anna Gavanas, “The Intersection of Childcare Regimes and Migration Regimes: A Three-Country Study”, ambos en Helma Lutz (ed.), Migration and Domestic Work. A European Perspective on a Global Theme, Aldershot, Ashgate, 2008, pp. 113-126 y pp. 13-28 respectivamente; y Bridget Anderson, “A very Private Business: Exploring the Demand for Migrant Domestic Workers”, Oxford, COMPAS, Working Paper nº 28, 2006.

[10] Véase el prólogo de Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel al volumen por ellos editado, El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá, Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores, 2007, p. 13.

[11] Walter Mignolo, Local Histories, Global Designs, Princeton, Princeton University Press, 2001, p. 16 [edición castellana: Historias locales / diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, Madrid, Akal, Colección Cuestiones de Antagonismo, 2002].

[12] Véase el análisis de Enrique Dussel, The Invention of the Americas: Eclipse of “the Other”and the Myth of Modernity, New York, Continuum, 1995 [http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/dussel/1492in/1492in.html].

[13] Sandro Mezzadra analiza este aspecto en relación al estudio de la micropolítica del capital propuesto por Jason Read. Véase Sandro Mezzadra, "Living in Transition Toward a Heterolingual Theory of the Multitude", transversal: translating violence, eipcp, junio de 2007 (http://eipcp.net/transversal/1107/mezzadra/en) [versión castellana: "Vivir en transición. Hacia una teoría heterolingüe de la multitud", traducción de Marcelo Expósito, ibidem (http://eipcp.net/transversal/1107/mezzadra/es)], y Jason Read, The Micro-Politics of Capital. Marx and the Pre-History of the Present, Albany, Nueva York, State University of New York Press, 2003.

[14] Véase el análisis de Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, Cambridge and London, Cambridge University Press, 2001 [versión castellana: Imperio, Barcelona, Paidós, 2002].

[15] Para un análisis más amplio, véase Maurizio Lazzarato, “Immaterial Labour”, en Michael Hardt y Paolo Virno (eds.), Radical Thought in Italy: A Potential Politics, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1996, pp. 132-146 [véase en castellano Antonio Negri y Maurizzio Lazzarato, "Trabajo inmaterial y subjetividad", Brumaria. Arte, máquinas, trabajo inmaterial, nº 7, 2007].

[16] Antonio Negri, "Value and Affect", Boundary, nº 2(26), pp. 77-88 [versión castellana: "Valor y afecto", en Antonio Negri y Félix Guattari, Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, traducción de Carlos Prieto del Campo, Madrid, Akal, Colección Cuestiones de Antagonismo, 1999].

[17] Karl Marx y Friedrich Engels, Collective Works: Economic Works, 1861-1864, Vol. 34. 1994 (http://www.marxists.org/archive/marx/works/cw/volume34/index.htm) [versión castellana: Karl Marx, Manuscritos económicos de 1861-1863, La Habana, Revista de la Universidad de La Habana, 1968].

[18] Enrique Dussel, The Invention of the Americas, op. cit.

[19] Walter Mignolo, Local Histories / Global Designs, op. cit.

[20] Gayatri Chakravorty Spivak, “Scattered Speculations on the Question of Value”, op. cit., p. 74.

[21] Véase J.K. Gibson-Graham, Stephen Resnick y Richard D. Wolff, Class and Its "Others", Minneapolis, University of Minnesota Press, 2000, p. 7.

[22] Ibidem.

[23] Ibidem.