Cookies disclaimer

Our site saves small pieces of text information (cookies) on your device in order to keep sessions open and for statistical purposes. These statistics aren't shared with any third-party company. You can disable the usage of cookies by changing the settings of your browser. By browsing our website without changing the browser settings you grant us permission to store that information on your device.

I agree

04 2020

COVID-19: Crítica en tiempos enfermos

María Antonia González Valerio and Rosaura Martínez Ruiz

1. Filosofía en tiempos de crisis

Es imposible pensar cuando COVID-19 aparece como el nombre de la muerte propia o, peor, de alguien amado o de cientos de miles de desconocidos que también nos duelen. La incertidumbre y el desasosiego nublan el entendimiento y ahogan el decir. Aun así, es imperativo pensar y escucharse.

Como todo tema acuciante, el que nos ocupa ahora es complejo y obliga a una reflexión pausada para procurar vislumbrar las muchas perspectivas y situaciones que están imbricadas. Una pausa que sin embargo llegará después. El momento actual respira aires de urgencia. Y a la filosofía le viene mal la prisa. Sin embargo, toca hacer el esfuerzo de arrojar pensamientos inconclusos y balbuceantes, pues la filosofía tiene la responsabilidad de aportar sentidos y conceptos, de nombrar las cosas, de indicar caminos. Además, hay que poner otras voces y otras miradas en la mesa, hasta ahora ocupada mayoritariamente por reflexiones europeas, norteamericanas y masculinas.

De lo mucho que se ha venido diciendo en las últimas semanas, destacan algunos lugares comunes que parecerían ir marcando temáticas y aproximaciones supuestamente legitimadas por la filosofía de la época: la biopolítica y la necropolítica como horizontes necesarios de reflexión, como conceptos a la mano para pensar lo que hay y lo que está sucediendo; la tecnología y su ubicuidad como elementos que han transformado por completo el mundo contemporáneo; la ciencia ficción y sus distopías casi proféticas que colman los imaginarios sociales, y sus miedos y sus emociones; el capitalismo, el neoliberalismo, el comunismo son invocados por doquier como culpables y redentores; la política, la migración, el racismo y la diferencia de clases como asuntos que hay que denunciar y seguir denunciando; la vigilancia total del Estado sobre sus ciudadanos gracias a la tecnología, webcams, drones, teléfonos inteligentes, cámaras de reconocimiento facial, es decir, las nuevas herramientas de vigilancia que pueden hasta incluir biometrías; las fantasías de que esta crisis va a significar una transformación radical en el mundo, en el orden global, que cuando todo esto acabe habrá una realidad nueva (pero cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí). Y es que el acontecimiento, como el trauma, tiene dos opciones, abrir horizontes inéditos o poner en marcha una repetición compulsiva. ¿Hacia dónde nos volcará esta pandemia?

Estas reflexiones filosóficas las más de las veces se llevan a cabo desde lugares insignificantes y privilegiados, por lo que resulta cuestionable su pretensión de proponerse como interpretaciones globales de la pandemia. La voz de la filosofía en tanto que representativa de la humanidad, con capacidad y derecho de hablar por las otras/os, tiene que ser asumida como problemática.

Es nuestro deber pensar desde la humildad y asumiendo nuestra corta imaginación porque además, las circunstancias de la pandemia, esto es, el modo en que se comporta en los diferentes rincones del mundo, sigue siendo incalculable e inimaginable. Hoy estamos obligadas a criticar nuestra posición epistémica privilegiada, nuestro exceso de credibilidad; no podemos ser perezosas en el asunto del pensar y debemos tener una mente abierta y plural que en este caso se haga cargo de la humildad de no escribir en el lugar de la otra o del otro, es decir, dejar abierto el espacio a la otra para que (nos) hable y recuente su micro-no-experiencia. Decimos no-experiencia porque en momentos de crisis es oportuno recodar los estudios de Cathy Caruth sobre el trauma y su cualidad de no-experiencia. En este sentido, no podemos aducir y, por lo tanto, decir mucho sobre esta pandemia como experiencia, pues aún no ha sido. Nos encontramos apenas inmersas en la ola de una tragedia que ya ha cobrado demasiadas vidas y desvelado violencias sobre poblaciones con características específicas, como las personas mayores de sesenta años o personas que padecen hipertensión y/o diabetes. Hemos sido también testigos de discursos y prácticas que juzgan a los viejos como vidas desechables. Hemos leído sobre médicxs que se han visto orilladxs a decidir lo que nadie debería decidir: quién vive y quién muere. Práctica a la que no debemos dotar de lógica porque no la tiene. La decisión soberana sobre la vida y la muerte es incomprensible y resulta imperativo resistir su naturalización al mismo tiempo que debemos exigir a las autoridades que los servicios médicos sean suficientes para todx aquel que enferme, pues el mundo o tiene ya lo necesario o posee la energía para construirlo, pero es cuestión de distribuirlo de manera equitativa y solidaria.

Hay posiciones filosóficas, por ejemplo y escandalosamente la de Giorgio Agamben[1], que han escrito desde una arrogancia epistémica irresponsable. El exceso de credibilidad que sus discursos tienen, produce como efecto la invisibilización y menosprecio del sufrimiento de muchos otros para los que el distanciamiento social ha sido o será imposible y que, en consecuencia, viven el terror de enfermar o de que enferme alguien querido. Es corto de miras y eurocéntrico juzgar que el encierro que se vive en España, Italia o Francia es solo por coerción del Estado, sin siquiera hacer el ejercicio de imaginación de que en otras latitudes, por ejemplo en México, esto ha sido el privilegio de unos cuantos. Las interpretaciones que la filosofía tiene que hacer han de ser más plurales, más sensatas y más respetuosas de las diferencias.

No es lo mismo pensar en tiempos de este coronavirus desde los países europeos con sus sistemas de salud que se han visto rebasados y sus economías que anticipan una crisis, que desde los países latinoamericanos, con sistemas de salud que ya estaban de por sí saturados y desabastecidos, con economías para las que esta crisis será sumada a las otras.

Desde la Ciudad de México el tema a discutir no ha sido sólo la cuarentena, sino quizá incluso y con más fuerza la economía. Pero no esa macroeconomía, de las bolsas de valores y su crack, ni de los préstamos del FMI y el Banco Mundial, ni de los intentos de acuerdos de la Unión Europea, del G7, del G20 o el billonario presupuesto de Estados Unidos. Se ha tratado más bien de la economía personal y familiar, de las injustas condiciones laborales, de la precarización del trabajo, de la ausencia de sistemas de salud competentes (los públicos por su carestía y corrupción, y los privados por sus costos inmorales y abusivos).

Poco se habla de las muchas muertes que habrá. Se susurra por allí apenas, pero no hay discurso directo sobre quienes van/vamos a morir en el marco de esta pandemia.


2. La vida (y la muerte). Entre la biología y la cultura

De las muchas preguntas que han aparecido en los textos filosóficos de las últimas semanas, nos es particularmente relevante el entendimiento de la categoría de vida al margen u opuesta a la de cultura. Sobre todo porque corresponde a un cierto paradigma e ideario biológico del siglo XX que se ha afanado por separar lo vivo, para estudiarlo y determinarlo en términos mecanicistas, con las muchas consecuencias que eso ha tenido, que van desde el discurso sobre los transgénicos, hasta la medicina, pasando por la bioinformática y la matematización y modelación de los fenómenos vivos. Esta comprensión separada toca a la vida humana, a las otras formas de vida y a lo que se encuentra en el límite de lo vivo, en este caso, el virus.

Nosotras nos preguntamos a contra corriente: ¿cómo hablar de vida biológica, de vida neutra cuando la vida humana se da siempre en condiciones sociales, culturales, económicas, políticas y familiares de diferencia? ¿Cuándo aparece la vida humana así tal cual? Ni la vida humana ni el patógeno que ahora la amenaza se dan indiferenciadamente. Es ontológicamente insostenible pretender que esta pandemia nos pone en la coyuntura de decidir entre la vida biológica y la social. La vida humana es siempre calificada y se da en ciertas condiciones marcadas culturalmente. Desde su gestación, pues nadie es gestada en neutralidad. Lo biológico es político y afectivo. Los cuerpos gestantes saben bien esto, pues en muchísimos lugares se sigue discutiendo el derecho a una interrupción segura del embarazo. Las acciones que se necesitan para sostener biológicamente la vida se dan siempre en lo político y, en este mundo patriarcal, esas acciones abarcan hasta los tejidos biológicos con potencia de vida humana y que crecen en un cuerpo singular.

La vida humana está marcada por la historia de quienes nos han precedido, no sólo como identidad cultural sino también biológicamente, como lo insisten ahora las investigaciones en epigenética. Si la vida humana está siempre calificada, siempre determinada en tanto que algo, ¿cómo pensar que aquello que la afecta lo puede hacer indiferenciadamente? ¿Cómo hablar de un virus que “ataca” por igual, que no conoce distingos, ni nacionalidades, ni clases sociales? ¿Cómo hacemos el corte biológico limpio para decidir qué corresponde al “ataque” neutro del virus como hecho de la vida y qué de la enfermedad y su atención hospitalaria corresponde a los hechos culturales? Hay ocho millones de personas diabéticas en México que en caso de enfermarse de COVID-19 serán más afectadas, y esa diabetes tiene que ver con condiciones sociales y económicas de existencia y de inseguridad alimentaria. Eso es sólo un ejemplo de cómo lo cultural está atravesando lo biológico.

Pretender una autonomía ontológica de lo biológico no se puede sostener epistémicamente, marcar cortes claros entre la materia y la idea resulta imposible o perversamente fantasioso. Pero, además, desde la condición humana esa autonomía ontológica es quimérica, porque el patógeno no es “nudo” -como la absurdamente pretendida “nuda” vida- ni tampoco sus condiciones de emergencia.

Este virus nos ha mostrado de manera implacable que las fronteras no existen cuando se trata de transmisión de enfermedades, no obstante, habrá que preguntarnos si no será que para la comunicación de otros fenómenos los muros no son más que una alegoría de la política neoliberal e individualista. Muchos creen que lo que estamos viviendo es exclusivo de un periodo de anormalidad, cuando más bien estamos en un momento crítico de nuestra interdependencia biológica, política, ética y ontológica. En dichos términos, esta crisis no es más que un dispositivo que hace visible de manera dramática cómo nuestra vida depende y está sostenida por otras y por todos los otros seres vivos y formas de la naturaleza no viva (como el agua, el aire y las piedras). Esta crisis nos cierra el espacio para denegar la realidad y no nos da tregua para diferir el reconocer nuestra cualidad ontológica de interdependencia radical.

La pandemia nos desvela de manera fehaciente que el cuidado por el otro es el cuidado de sí, que es nuestro deber moral cuidar que todos los humanos del mundo tengan acceso a la salud (y esto hoy más que nunca debe entenderse no solo como cobertura médica, sino también de vivienda segura y de los servicios básicos que permitan el aseo), a la educación, a un ingreso mínimo universal, a disfrutar de la naturaleza, a una vida digna de ser vivida.

En México, como en muchas partes del mundo, quienes estamos en casa no hemos optado por la superviviencia “biológica” renunciado a la vida social. Sabiéndolo o no, nuestro estar en casa ha sido un acto de radical socialización y tras una planeación diseñada para el bien público. Esta crisis sanitaria, económica y ética nos deja ver claramente que la vida nunca es desnuda, que nunca es fuera del espacio público ni se da al margen de lo político.


3. Hacia una filosofía crítica

Hay que pensar las condiciones de emergencia de la pandemia en un esfuerzo crítico. Antes de que esto estallara la discusión estaba en el cambio climático y en la violencia de género. Por fin habíamos logrado, en un momento histórico en México, reunirnos cientos de miles en las calles del país y gritar “¡Ni una menos!” a todo pulmón. (¿Qué vamos a gritar hoy desde nuestras ventanas?)

¿Tiene la pandemia preeminencia? ¿Suspendemos las otras luchas? Si reflexionamos sobre sus condiciones de emergencia, es claro que el tema no es un patógeno ni la mal llamada “guerra” en contra del mismo. El capitalismo y sus límites sigue siendo el tema, como ha señalado Judith Butler.[2] Los modelos de conocimiento y sus hegemonías siguen siendo el tema. Lo humano contra lo humano se da en el contexto del COVID-19 y es una realidad horrorosa. La comprensión de la naturaleza como almacén para abastecernos y como aquello que hay que controlar y dominar es hoy también problemática. La reducción de la pandemia a números -fingiendo que la realidad se puede matematizar porque así conviene a un cierto modelo de conocimiento- evita que veamos y cuestionemos cuáles han sido las decisiones y condiciones previas que en términos políticos, económicos, ecológicos, etc., han generado este estado del mundo. Mucho de esto y de las otras epidemias recientes y futuras está relacionado con la alimentación, la agroindustria, la deforestación creciente y masiva, el consumo clandestino de carne de animales salvajes, la pérdida de hábitat de ciertos animales, la producción masiva e industrial de animales para su consumo humano; todo eso afecta las relaciones entre patógenos y hospederos, entre sistemas inmunológicos y hábitos de consumo[3]. Mucho de esto y de las otras epidemias recientes y futuras está relacionado con la corrupción en los controles de producción de alimentos y de venta de animales salvajes, con el comercio y tráfico de mercancías, con el turismo, con la precariedad de los sistemas de salud, con la carestía de condiciones mínimas de higiene para una buena parte de la población mundial, con los vehículos y el movimiento, etc.

Y ni qué decir de la violencia de género en tiempos de cuarentena, de la violencia doméstica, del abuso infantil, del abandono de los ancianos…

Nos queda todo esto por pensar.

Hay mucho miedo y eso dificulta el pensar, pero también hay desenfreno. Hay un gran deseo de esperanza y confianza en la ciencia, la tecnología y la medicina que nos hace reaccionar como si esto fuera un problema que tenemos que solucionar con más y mejores de los medios e instrumentos que hemos venido produciendo en el último siglo y medio. Noticias (falsas) de tratamientos y vacunas. Aires de esperanza. Parches sobre un sistema incompetente.

Pero esta pandemia con todo lo que destruya y todo lo que revele y exponga no será ninguna coyuntura para construir otro mundo posible ni para acabar con el patriarcado ni con el capitalismo ni con el neoliberalismo. Y las preguntas acerca del sentido y la bondad de la existencia que se lleguen a hacer quedarán diluidas apenas pase la urgencia. ¡Qué pobreza de espíritu si pensamos que esto nos hará ser mejores! Aunque esto no niega que la crisis aclare una agenda política de luchas y resistencias para las que tendremos que redoblar esfuerzos.

En sociedades donde vivimos crisis tras crisis, y sobrevivimos crisis tras crisis, sabemos que éstas no son el umbral de tiempos mejores ni de renacimientos ni de aprendizajes profundos y transformadores. Es lamentable creer que la ocasión para cambiar algo es cuando tenemos el miedo subido hasta el cuello y cuando nuestra incapacidad para asumir la muerte nos hace evadir(nos) corriendo frenéticamente en busca de soluciones técnicas, farmecéuticas, hospitalarias, políticas, biológicas…

Las demandas vienen de antaño y a ellas hay que prestar oídos. Que no se nos obnubile la capacidad crítica con la avidez de novedades. Por eso podemos decir, siguiendo a Judith Butler, que el que el mundo haya construido una violenta asignación diferencial de la lamentabilidad, esto es, que unas vidas se perciban como más dignas de duelo colectivo que otras, no sólo es un diagnóstico, sino un vehículo ético que nos permite formular un imaginario político de equidad. Se trata pues, de una aspiración normativa. Y desde este mismo marco epistemológico podemos entender el abuso neoliberal sobre otras formas de vida no humanas y de la naturaleza no viva. El cambio climático que estamos viviendo, cuyas consecuencias serán cada vez más dramáticas y violentas, es también consecuencia de una valoración inequitativa de los diferentes modos de ser de la naturaleza. Debemos asociar el esfuerzo de desmantelar formas de conocimientos, marcos epistemológicos, ligados con la reproducción de prácticas objetables de poder con proyectos de transformación social que buscan lograr metas democráticas sustanciales como la libertad, la igualdad y la justicia. No está claro cómo se logra esto, pero todo indica que está asociado con la capacidad de, por un lado, contar la historia y, por otro, de imaginar un futuro mejor. La crítica debe ser una intervención en el curso de la historia que la fracture para que, en esa grieta, se abra el horizonte de un futuro mejor, de un por-venir.

Ante la crisis provocada por la aparición del virus SARS-CoV-2, la humanidad enfrenta un sinnúmero de desafíos. Sin embargo, conforme avance la pandemia e incluso cuando ésta, por curso propio, alcance su fin, aparecerán nuevos e incalculables horizontes del pensar y de la acción colectiva.  Por el momento, el más grande es el de construir y actuar desde una solidaridad global, aun cuando se sabe que los países con más recursos económicos están acaparando los insumos, los ventiladores, las medicinas; aun cuando quedarse en casa es un privilegio de clases sociales a lo largo y ancho del mundo.

Si este virus nos puede recordar algo que ya sabíamos y que nos resistimos a asumir es que el cuidado del otro es el cuidado de sí.

 

---

[1] Ver Giorgio Agamben, “The Invention of an Epidemic,” European Journal of Psychoanalysis, 26 de febrero de 2020,  https://www.journal-psychoanalysis.eu/coronavirus-and-philosophers/ Revisado: 22 de marzo de 2020

[2] Ver Judith Butler, “Capitalism has its Limits”, https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits Revisado: 31 de marzo de 2020.

[3] Ver Rob Wallace, Alex Liebman et al, “COVID-19 and Circuits of Capital”, Monthly Review, marzo 27 de 2020, https://monthlyreview.org/2020/03/27/covid-19-and-circuits-of-capital/ Revisado: 31 marzo de 2020.