03 2025
Vecindades insurgentes: entre el espacio agujereado y el feminismo molecular
El próximo 5 de abril de 2025, una gran constelación de movilizaciones tomará las calles y plazas de más de 30 ciudades del Estado español, en una convocatoria que evidencia la multiplicación y proliferación de las revueltas moleculares contra el negocio de la vivienda. Desde Málaga, hasta A Coruña, Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Jérez, Santiago, Zaragoza, Cádiz, Ibiza, Granada, y muchas otras ciudades, las calles se llenarán nuevamente de esta energía que no es solo una respuesta a la crisis de la vivienda, sino una recomposición molecular de las vecindades en lucha.
Agujerear la ciudad
El capitalismo logístico no opera ya con la simplicidad trialéctica que proponía Lefebvre entre el espacio concebido, percibido y vivido[1], sino más parecido a lo que Deleuze y Guattari desarrollan como una multiplicidad de procesos de desterritorialización y reterritorialización de la axiomática capitalista[2]. Ante la ciudad toda oposición frontal —y toda forma tradicional de oposición— acaba recodificada entre el espacio liso y el espacio estriado. Pero hay también otro tipo de espacio, menos conocido, que es el espacio agujereado, un tipo de espacio intermedio que se vuelve contra la ciudad mediante una nueva informalidad de habitar lo que atraviesa. De ahí que el gran desafío que tenemos en el presente sea: agujerear la ciudad para comunizarla. ¿Y cómo se hace esto? No hay ningún mapa que seguir en esta tarea, pero sí está claro que se trata de que realmente pasen otras cosas en la ciudad del capitalismo logístico, que pasen cosas por fuera de su reconocimiento, su representación y su integración en las formas de gobierno del Estado y la ciudad. Y estas cosas intermedias ya están pasando molecularmente: con bloques en lucha y en huelga que están organizándose ya en muchas ciudades a través de los sindicatos de inquilinas (y de vivienda), en las ocupaciones de tierras y de viviendas, en el mantenimiento de los centros sociales, en los sabotajes de infraestructuras logísticas de los movimientos ecologistas, en las respuestas antimilitaristas y antirracistas, en las irrupciones transfeministas, en experiencias de vecindad que hacen de la necesidad resistencia, en experimentos que cuidan con cariño e insistencia cada pequeño agujerito que se le hacemos a la ciudad. Todo ayuda en esta nueva recomposición para agujerear la ciudad y comunizar el mundo.
Si en las distintas ciudades periféricas de Europa siguen proliferando estas prácticas, se siguen agujereando molecularmente los bloques todavía en proceso de revalorización para ir generando desafíos al uso de la propiedad como activo financiero, se podrán abrir las condiciones para producir vecindades insurgentes que hagan de esta tensión una forma de vida nueva en lucha que no se agote en el bloque o la vivienda concreta, sino en una forma reconfigurada de fricción con el mundo. Las movilizaciones, acciones y huelgas por venir están inmersas en esta disputa y su multiplicación dependerá de las capacidades para seguir alimentando la fuerza de las luchas del presente.
En Málaga, el capitalismo logístico desembarcó de un modo brutal a principio de los años 2000 para transformar la ciudad en una infraestructura para la atracción de las industrias turísticas y el rentismo. La ciudad se encuentra demasiado al norte para ser una periferia y demasiado al sur para dejar de serlo, en un enclave de frontera donde todo el brutalismo racista y colonial queda estratégicamente escondido para no asustar a los visitantes turísticos que están sustituyendo a los habitantes por los ajustes logísticos de las industrias turísticas.
La agenda de luchas por la vivienda y, por tanto, por el sostén de la vida y sus ecologías afectivas se ha extendido y constelado, en el reconocimiento de un histórico compartido que parte de la especulación inmobiliaria y de la industria capitalista turística, desde Málaga hacia otros puntos del estado español desde la manifestación del 29 de junio de 2024. Esta manifestación no se trató de un desfile de demandas hacia el Estado compuestas por la construcción previa de un supuesto sujeto político en su sentido clásico. Marcó un punto de inflexión definitivo en la transversalización de las luchas que iba mucho más allá de la suma de problemáticas individuales por la vivienda hacia la politización y el tejido colectivo de alianzas en torno a las luchas por el habitar. Porque habitamos más allá de los confines del hogar, la lucha por la vivienda es irreductible. El malestar por el trabajo y la pauperización de la existencia y la destrucción de las ecologías más que humanas se ensamblaron a la problemáticas y malestares colectivos como puntos fundamentales en estas luchas. Asistir a este proceso es dar cuenta de la multiplicidad de subjetividades y fricciones con la logística del capitalismo, del encuentro con la diferencia cuando no hay nada desde lo que diferenciarse: para la logística del capitalismo no hay sujetos, y su descentramiento para los movimientos no es más que una buena noticia para el ensamblaje por fuera de la negatividad y de las individualidades y apunta no solo a la imaginación rebelde, colectiva y desde los márgenes de lo que podría ser, sino a su puesta en marcha.
Las luchas por la vivienda no son solo importantes para defender que las viviendas son para vivir y que a nadie se le puede despojar de un techo, sino también porque es una manera de intervenir directamente en el mecanismo de reproducción del brutalismo financiero del capitalismo logístico. Las viviendas son un refugio muy importante de rentabilidad de los activos financieros que están siendo disputados por los sindicatos de inquilinas en prácticas como la organización de la desobediencia en Bloques en Lucha. En los bloques se está dejando de pagar del alquiler —o pagando menos— de manera colectiva, pero también se están desarrollando un sinfín de estrategias menores de disputa en las propiedades verticales que intentan alargar, dificultar e impedir el flujo violento de capital que es extraído de l*s inquilin*s para seguir alimentando el modelo rentista de la propiedad inmobiliaria. Todas estas estrategias también contribuyen a algo más importante y profundo, construir una fuerza común que de manera lenta y molecular prolifera bloque a bloque, portal a portal, casa a casa, agujereando la ciudad financiera activo a activo.
Poco a poco se asientan las condiciones para una huelga múltiple de alquileres, el momento de maduración en la correlación de fuerzas de las vecindades insurgentes en el que los bloques y los comités pasan de la lucha y el barrio a la huelga. Para llegar a este momento es imprescindible que la fuerza construida no solo sea numerosa sino subsistente, que tenga la capacidad de sostenerse y proliferar mientras aumenta el conflicto. Una verdadera huelga múltiple no será nunca solo de alquileres, aunque esta sea su flecha de entrada y extensión. Al interrumpir el flujo de rentas, la huelga no solo cuestiona la propiedad privada y el derecho del arrendador a acumular riqueza sin producir nada, sino que abre un vacío estratégico: un territorio donde lo común se expande y donde las vecindades insurgentes experimentan nuevas formas de habitar y sostenerse. La clave de su potencia radica en su capacidad para proliferar y conectar con otras esferas de la reproducción social, extendiéndose a la huelga de deudas, de cuidados, climáticas, contra la guerra, de suministros, y de la vida pautada por el trabajo y el consumo. No se trata, pues, de una reivindicación puntual dentro del marco del derecho, sino de una interrupción sostenida del metabolismo urbano del capital, una reapropiación insurgente del tiempo, el espacio y la subsistencia.
Espacios intermedios de las luchas feministas
Ya en 2022, los feminismos de la ciudad, en piquete hacia la Huelga Feminista del 8 de marzo, salieron a la calle con una pancarta que daba un paso en dirección a la puesta escena de la violencia económica: «No vivimos del turismo, el turismo vive de nosotras». La pancarta se paseó por las calles más turísticas del centro de la ciudad e iba dirigida al conjunto de trabajador*s que con su fuerza de trabajo engrasaban, un día más, la máquina abstracta de la logística global. No era obvio en la ciudad aún en 2022, la conexión entre la lucha feminista y la violencia económica que se establecía a través de las nuevas formas de empleo del capital humano que se extendían mucho más allá de los espacios de trabajo tradicional. Apuntamos al empobrecimiento de las condiciones de existencia en múltiples sentidos: económicos, pero también vitales, espirituales, afectivos. Asistíamos no solo a un cambio en la ciudad, en sus infraestructuras cotidianas, sino a su impacto afectivo. La lucha feminista inauguraba en ese espacio intermedio, recorriendo las calles, con el subtexto, la pregunta que empezaba a formularse: ¿qué podría ser?
Este espacio intermedio resiste a la parcelización y contenedorización de los territorios y subjetividades. Porque no se sitúa en el «entre» como aquel espacio que pareciera que la logística abandona y deja a la suerte de las luchas. Este espacio intermedio es el espacio de la imaginación radical, de la «vida en las ruinas» del capitalismo y del «compromiso especulativo»[3] que no se detiene en en el análisis de lo que ya es. De acuerdo con María Puig de la Bellacasa[4] el espacio intermedio —que proviene de la obra de Susan Leigh Star— son tanto lugares de opresión como de posibilidad para formas alternativas de vida, conocimiento y resistencia. En la eliminación por parte de la logística de la subjetividad y su reducción a un flujo ininterrumpido de mercancías y datos, se crean, inevitablemente, líneas de fuga. La molecularización de la lucha feminista es la transversalización del compromiso especulativo y del papel de los cuidados en la creación de formas de vida irreductibles a la demanda y el trabajo asistencial de los movimientos sociales. La molecularización implica una descomposición de las subjetividades en lucha tal y como venían siendo. «Poner la vida en el centro» implica componerse, inventar y luchar con las marginalidades. Escucharse, juntarse, apoyarse es reconstruir ecologías en los espacios intermedios, «golpear» juntas cuando es necesario. Es la no espera hacia lo por venir, sino su puesta en presente[5].
Este es el cotidiano de los movimientos por la vivienda de la ciudad. Los feminismos, más allá de estar presentes donde se les espera —25N (Día contra las violencias machistas) o 8M (Día de la Huelga Feminista)— se multiplican de forma situada en las luchas por la vida más allá de lo humano y de lo urbano, poniendo de manifiesto la importancia de los cuidados (más allá del trabajo remunerado o no de atención y por fuera de su carga moral e individual), del encuentro. Nos juntamos no para diseñar políticas estratégicas estatales, ni para sustituirlas en su ausencia (infra)estructural. Las vidas salen del relato individual para revolverse y rebelarse en común. En la alegría del construirse como fricción ante la emergencia y la suspensión capitalista de la vida. Una fricción que opone el afecto que siempre resiste y que queda, que se restituye en cada encuentro para recrear lo imaginado, lo que podría ser, en las propias prácticas: zonas temporales de autonomía, encuentros entre vecinxs, meriendas, manifestaciones, comités de barrio, huelgas, fiestas populares, fantasías de sabotaje. Múltiples procesos dispersos y rizomáticos. La lucha contra el capitalismo logístico no es una guerra frontal, sino de (dis)posiciones e interrupciones, de multiplicidades, de resistencias fragmentadas y constantes, de feminismos moleculares en el espacio intermedio.
Intercomunalismo
Desde los inicios de la modernidad, la solidaridad internacional ha sido un pilar fundamental en la lucha contra la explotación y la dominación. La Internacional, las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española o las redes de apoyo a las luchas anticoloniales del siglo XX son ejemplos paradigmáticos de un internacionalismo que concebía la emancipación como una tarea común. Sin embargo, este modelo de solidaridad, basado en la idea de naciones y sujetos políticos delimitados, ha sido puesto en crisis por el brutalismo financiero, las mutaciones del capitalismo logístico y las dinámicas de expulsión planetaria. El momento actual exige un salto conceptual: el paso de las formas clásicas de solidaridad internacional al intercomunalismo. Este no es solo un ajuste terminológico, sino una respuesta a la transformación radical del espacio y del tiempo en la era de la urbanización planetaria, la crisis climática, los brutales regímenes de guerra y el colapso de las formas tradicionales de gobernanza. La intercomunalidad no es una acción desde los Estados o las ciudades ni una red de alianzas entre actores políticos estables, sino una reconfiguración insurgente de la cohabitación y la reparación en la Tierra. Tampoco se trata de algo nuevo, ya a finales de los años 90 el movimiento anti/alterglobalización ensayó ya un tipo de máquina abstracta entre los movimientos que consiguió funcionar como insurgencia molecular.
El intercomunalismo no es una simple red de apoyo entre luchas dispersas; es una ecología que desborda las fronteras políticas, económicas y urbanas para articular una insurgencia molecularmente constelada. Constelaciones de enjambres insurgentes, encuentros de movimientos, contracumbres, federaciones de comités, brigadas entre muchos bloques en distintas ciudades, más fediversos y huelgas múltiples y planetarias. El intercomunalismo es un modo de habitar la ruina, en el sentido que propone Anna Tsing[6]: un arte de la supervivencia más allá de la nostalgia, una experimentación con nuevas formas de vida y cohabitación en un mundo devastado. Frente a la brutalidad del capital, el intercomunalismo trata de comunizar lo que en realidad siempre ha estado vinculado y no le pertenece en exclusiva a nadie. Si el internacionalismo clásico era el horizonte de un mundo por venir, el intercomunalismo es la práctica de subsistencia en un mundo en ruinas. En un planeta marcado por las guerras, las crisis climáticas, la financiarización absoluta y el agotamiento de los modelos tradicionales de resistencia, la única forma de lucha viable es aquella que asuma la interdependencia radical de lo humano y lo no humano, de lo local y lo planetario, de lo vivo y de la materia. El intercomunalismo es una vecindad planetaria, una cartografía de la insubordinación, una política de la emergencia que, en lugar de esperar el colpaso, intenta inventar mundos habitables en el presente.
[1] Henri Lefebvre, La producción del espacio, traducido por Emilio Martínez Gutiérrez, Madrid: Capitán Swing 2013 [1974].
[2] Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, traducido por José Vázquez Pérez & Umbelina Larraceleta, Valencia: Pre-Textos 2008 [1980], 433-510. «Es más, todavía habría que tener en cuenta otros espacios: el espacio agujereado, cómo comunica de manera diferente con el liso y con el estriado» (506).
[3] Isabelle Stengers, Pensar con Whitehead, Una creación de conceptos libre y salvaje, Buenos Aires: Cactus 2002.
[4] María Puig de la Bellacasa, «Pensamiento ecológico, espiritualidad material y poética de las infraestructuras», en El espíritu del suelo. Por una comunidad más que humana, traducido por Nayla Viggiano, Barcelona: Tercero Incluido 2023.
[5] Isabell Lorey, Democracia en presente, traducido por Marta Malo de Molina y Sara Jiménez Fernández, Málaga: Subtextos 2023.
[6] Anna L. Tsing, Vivir en las ruinas. Paisajes multiespecie en el Antropoceno, traducido por Sara Jiménez Fernández, Mónica Lama Jiménez y Paz Gómez Moreno, Málaga: Subtextos 2024.