04 2020
Más que renta básica. Una renta de emancipación
No estoy seguro que el mejor enfoque para analizar el estado actual de las libertades y los derechos en España, Europa y cada vez más el resto del mundo sea el del Estado de derecho y su vigencia durante esta pandemia y después de ella.
En primer lugar, porque enseguida desembocamos en un callejón sin salida: el estado de alarma (y cada vez más de excepción) ha sido declarado conforme al procedimiento constitucional recogido en la Ley orgánica correspondiente. Lo mismo podría suceder con la declaración legal de los estados de sitio o de excepción si hay una mayoría absoluta parlamentaria que la apruebe.
La lógica de la fuerza mayor
Estamos ante un caso de fuerza mayor, que presenta además una extensión planetaria. No hay en los archivos ningún ejemplo de una respuesta de este tipo a una pandemia global. La fuerza mayor llama a la fuerza de la ley. Sí, las medidas excepcionales demuestran que el esfuerzo de construir el consentimiento no es suficiente para producir obediencia en la población. No hay tiempo ni espacio para las diferencias de opinión o comportamiento. Ante esa situación de coacción desnuda por parte de los gobiernos, se despierta la preocupación ante el abuso de poder por parte de las fuerzas de seguridad y los comportamientos de acoso y delación por parte de policías espontáneos de balcón o de barrio. En el caso del Estado español, algunos juristas se plantean la ilegalidad constitucional de las medidas de confinamiento y emprenden una denuncia contra el gobierno Sánchez.
La fuerza de ley y el regreso del Estado que nunca se fue
Ahora bien, si miramos las cosas con detenimiento, nos damos cuenta más bien de la profunda impotencia de los Estados y de la incertidumbre profunda en la que viven. Por ejemplo, los Estados de la UE pugnan entre sí en las subastas de productos sanitarios de primera necesidad, arrodillados por especuladores de ocasión. Pero esto también está sucediendo dentro de Estados Unidos entre unos Estados y otros de la Unión. Si la gobernanza neoliberal de las consecuencias sociales de las crisis no estaba preparada ni programada para una crisis del sistema financiero en 2008, ante la pandemia del Covid-19 sólo puede declarar la catástrofe y reaccionar como un robot enloquecido: “sálvese quien pueda, es decir, nosotros”.
Este derrumbe de la falsa seguridad neoliberal devuelve al Estado fuerte, intervencionista, nacionalizador, al primer plano. Se afirma que esta pandemia señala el punto de inflexión histórico del cambio de hegemonía mundial, desde el sistema atlántico dominado por Estados Unidos al subsistema chino, a la Tianxia. Pero se trata tan sólo de una predicción, que no tiene en cuenta el modo en que se lleva a cabo ese desplazamiento e incluso los sucesos posibles que pueden impedirlo. Que el neoliberalismo esté acabado como fórmula de gobierno de la economía y la sociedad no significa que haya perdido su poder efectivo sobre las instituciones financieras y las administraciones estatales ni, sobre todo, su capacidad destructiva. Sencillamente busca reconstruir en la catástrofe las condiciones de la permanencia de su dominio. No sólo se trata de las terapias de choque, de difícil aplicación ante una catástrofe sanitaria y económica que impone una reducción al mínimo de la actividad económica y una fuerte atención a los negocios de las grandes corporaciones. Se trata más bien de lo que estamos comprobando en el Eurogrupo con el bloqueo de Merkel, Rutte, Kurz y Marin a la adopción de los llamados coronabonos, es decir, de la primera forma de mutualización de las deudas públicas de los Estados de la UE.
Antes que las consecuencias de un fanatismo ideológico ordoliberal, estamos de nuevo ante un juego de la gallina en el corazón de la UE, un juego en el que los Estados con las cuentas públicas saneadas quieren imponer programas de austeridad a los países con déficit, ampliando la situación griega a todo el sur de la UE. De esta manera, la parálisis del confinamiento dará paso a la movilización general de los endeudados para no sucumbir al hambre y la destitución completa, mientras los Estados endeudados aplican con sangre y fuego los programas de recorte de gasto social para cumplir para poder seguir financiándose en los mercados secundarios. De esta manera, vemos que la obstinación en su supervivencia del modo de dominación neoliberal crea contradicciones insolubles que abren paso, inevitablemente, a la centralidad del Estado (o de sistemas confederados de Estados) como potencia económica y financiera. Así, pues, lo esencial consiste en determinar qué tipos de alternativas abre esa transición en acto. Mientras tanto, en todas partes estos Estados mermados en sus capacidades operativas frente a la pandemia se legitiman en nombre de la vida.
Una (des)movilización por la vida
Estamos ante una movilización total global sin precedentes en tiempos de paz. Pero que se presenta como una (des)movilización por la vida. En ello reside su principal poder de generar consentimiento, sin menoscabo de la amenaza de la fuerza de la ley. Quienes no colaboran o disienten sobre las medidas son objeto de represión y de oprobio público, además de presa predilecta de macarras con o sin uniforme. Son los gajes de la (des)movilización por la vida. “Estamos en esto unidos”. “Juntos saldremos de esta”.
Hace tiempo que Santiago López Petit ha descrito ese tipo de “movilización total por lo obvio”, pero en el contexto de la gobernanza urbana de ciudades como la Barcelona post-olímpica. Para López Petit este tipo de movilización total por la vida, a la que “nadie que no sea un canalla” puede sustraerse, es una forma de lo que denomina fascismo posmoderno. En este, la Vida se convierte en la prisión del querer vivir, que sólo se puede romper con el odio a la (propia) Vida. Sin embargo, esta (des)movilización es algo diferente. En primer lugar, no consiste en una explotación integral de la cooperación de las fuerzas vitales, sino en una inmensa suspensión de las actividades productoras de ganancia capitalista y de distribución de rentas salariales, que se traduce en una catástrofe económica global sin precedentes y que todavía resulta incalculable.
Las tensiones que esto está produciendo entre gobernantes y dirigentes del Estado, por un lado, y directivos y propietarios de capital, por el otro, no harán más que crecer a medida que las exigencias de la ganancia entren en contradicción con el principio de la preservación de las fuerzas vitales de las poblaciones o, hablando en marxiano, de las fuerzas de trabajo. Sin brazos y cerebros, sin corazones y músculos, no hay ni consumo ni producción, no hay futuro para el vampiro del capital rentista, ni lo hay para las variantes de capitalismo de Estado que empiezan a postularse como recambio. Estamos, de hecho, en una huelga general por fuerza mayor.
En el confinamiento total, nuestra fuerza de trabajo se ha vuelto abstracta, potencial, latente, pero sólo para el sistema de la economía basada en el valor de cambio. La realidad es que seguimos trabajando, cooperando, comunicando, luchando para conservar nuestra vida y la de nuestros allegados, produciendo valor de común. Ante esta situación abstracta que nos viene impuesta por la fuerza de ley, nuestro principal objetivo es dotarnos de un instrumento igualmente abstracto de sostenimiento de nuestra fuerza de trabajo, productora de común. Y aquí el uno de la movilización por la vida se divide necesariamente en dos. No todos los cuerpos, no todas las fuerzas de trabajo pueden conservarse igualmente en el confinamiento. Las estructuras de clase, género y raza y de grupos de edad continúan operando en la concreción de los domicilios y en la abstracción de las medidas de confinamiento. En los consejos de administración virtuales se rifan nuestra carne y se proponen cuotas de sacrificios humanos pensando en la “recuperación económica”. Aquí nace la escisión y aquí nos damos cuenta de que no saldremos juntos de esta.
Contra la abstracción de la ganancia, renta de emancipación
Nunca en la historia y, por añadidura, nunca en la larga crisis terminal del capitalismo neoliberal, las relaciones de fuerzas, las guerras de movimiento y de posiciones, lo posible y lo real se han confundido hasta tal punto. La incompatibilidad entre la exigencia abstracta de la ganancia y la renta y la universalidad de las fuerzas de trabajo comunes impide toda unidad no impuesta por la violencia, a la par que abre a un antagonismo de las mayorías subalternas contra el régimen de la renta y la ganancia parasitarias. ¿Vamos a ser capaces de encarnar el común de las fuerzas de trabajo confinadas? ¿Vamos a ser capaces de señalar la dualidad irreconciliable entre las exigencias de su cuidado y su reproducción y las exigencias de la ganancia y la renta parasitarias?
Seguimos confinados, no sabemos aún hasta cuando. Mientras, sobre nuestras cabezas se mueven las cantidades abstractas de las maniobras financieras de salvación de la ganancia, la renta y la propiedad. Billones, trillones, dígitos que se mueven de un balance a otro como dados que deciden la suerte de los perdidos y los salvados del planeta. En esta situación, no podemos dejar de advertir que el tiempo de confinamiento es también el tiempo posible de la constitución del común en la huelga, la lucha, la resistencia, la desobediencia, la dualidad del trabajo vivo planetario contra los Estados de movilización para restaurar la ganancia y la extracción de renta de nuestras fuerzas vitales. En esta universalidad abstracta del estar todos confinados, en esta situación inaudita del planeta, el primer acto de constitución del común de las fuerzas mundiales del trabajo es la exigencia previa de la garantía de la reproducción digna de nuestras vidas en todas partes. Una exigencia cuyo cumplimiento sólo depende de un redireccionamiento de los dígitos de los balances financieros, de una serie de decisiones políticas. A la garantía de esa exigencia la llamamos renta de emancipación, antes que renta básica. Porque se trata de que su incondicionalidad, individualidad y universalidad son las únicas condiciones que puedan satisfacer la exigencia universal de conservación digna y libre de las fuerzas comunes del trabajo.
La abstracción monetaria tiene que ponerse al servicio de la concreción universal de nuestras vidas en juego. ¿Dónde, cuándo, cómo, con quién? Todo ello se está decidiendo en estos momentos. Así es. Tras 12 años de devastación austeritaria, de autoritarismo y fascismo crecientes y de calentamiento global desencadenado, sumados a una pandemia cuyas consecuencias ponen en vilo la continuidad de nuestras vidas, la emancipación (esto es, poder tener una vida que no está obligada a pasar por el mercado de trabajo del capital para vivir con dignidad) no puede ser ya el punto final diferido, sino que ha de ser el punto de partida para que, durante y tras la pandemia, estemos en condiciones de construir en las luchas los términos más favorables de la convivencia con el sistema de la ganancia y la destrucción de la biosfera, mientras preparamos las batallas decisivas de su extinción, en nombre de la vida emancipada del chantaje de la muerte y el hambre. La vida común es potente y puede demostrarlo.