08 2005
El trabajo afectivo
Transcripción de un vídeo de O. Ressler,
grabado in Amherst, EEUU, 20 min., 2003
Mi nombre es Nancy Folbre, soy economista, economista
feminista.
La mayor parte de los objetivos de mi trabajo consiste en el "trabajo afectivo". Defino "trabajo afectivo" como el trabajo que implica conectar con otra gente, intentar ayudar a los demás a alcanzar sus objetivos, cosas como el cuidado de los niños, el cuidado de las personas de tercera edad, los enfermos, o la enseñanza son todas formas de trabajo afectivo. Algunas son remuneradas, otras no. El trabajo afectivo tiene algunas características verdaderamente importantes a las que creo que los economistas no prestan la suficiente atención y que necesitamos comprender mejor.
Lo que realmente distingue el trabajo afectivo es que suele ser motivado intrínsecamente. La gente lo realiza por razones que van más allá del dinero, aunque a veces exista alguna compensación, como cuando uno necesita cobrar por su trabajo, o cuando se intercambia el cuidado de alguien de la familia por una parte del sueldo de otra persona en la familia. Aun así, siempre pensamos en el trabajo afectivo como algo que implica un sentido de compromiso o pasión por la persona cuidada. Esta motivación intrínseca es una parte verdaderamente importante de de lo que hace del trabajo afectivo algo tan valioso y lo que garantiza que se realice con unos criterios de calidad altos. Pero esto también implica que es muy difícil organizar el trabajo afectivo en un mercado, y que el sueldo medio que se paga por los cuidados suele ser bastante bajo. Históricamente, las mujeres han realizado una gran parte de nuestra labor afectiva, y esto sigue siendo verdad hoy en día. A pesar de que mucha gente trabaja a jornada completa cobrando un sueldo, muchos de estos trabajos implican cuidar a otras personas. La mayoría de estos trabajos no están bien pagados. Y el hecho de que sean las mujeres las que realicen estos trabajos explica en gran medida por qué a las mujeres generalmente se les paga menos que a los hombres. A las mujeres también se les impone una especie de castigo por ocuparse de las responsabilidades afectivas en casa. Si sacas tiempo fuera de tu horario laboral para ocuparte de un niño o de una persona mayor, esto no solamente reduce tus salarios en el presente momento, sino que lo hace a lo largo de toda tu vida. Así que, en general, las madres cobran mucho menos que las mujeres, y en realidad en EE. UU. hay una mayor diferencia entre los salarios de mujeres que son madres y las que no lo son que la que hay entre las mujeres que no son madres y los hombres que no son padres. Así que ésta es una buena medida de la igualdad. La pregunta principal, en términos económicos, es: Si el trabajo afectivo se paga tan mal e implica tantas penalizaciones, ¿por qué están las mujeres dispuestas a realizarlo? ¿De dónde viene la oferta?
Y creo que la respuesta a esta pregunta es que el trabajo afectivo se ofrece a través de una especie de construcción social de la femeninidad y de una relación entre la femininidad y el afecto.
Existe una cierta paradoja en el debilitamiento del control paternalista sobre las mujeres. Y la paradoja es que esto es algo maravilloso en términos de la libertad de elección de las mujeres individuales, es algo maravilloso para las mujeres que quieren más espacio para expresar su individualismo y para estar menos restringidas por los conceptos tradicionales de la femeninidad. Pero la paradoja es que ahora que hay menos presión sobre las mujeres para realizar su trabajo afectivo, ya nadie está realmente bajo la presión de realizarlo. Un resultado podría ser la reducción de la oferta general de afecto hacia los demás en casa y en el mercado. Si eres un economista convencional, estas cosas no te preocupan, porque crees que el mercado resolverá el problema: el trabajo afectivo empezará a escasear, el mercado le va a dar un empujón, el precio se incrementará, y todo irá bien.
Pero si piensas que el trabajo afectivo no tiene tanto éxito en un entorno de mercado, entonces sí tienes que preocuparte. Y tienes que pensar de qué manera podríamos asegurar colectivamente una mayor oferta y calidad del trabajo afectivo, en formas que sean independientes del mercado, o que por lo menos puedan ayudar a complementar las provisiones del mercado que usamos. Allí es donde creo que la necesidad de pensar más creativamente sobre las instituciones sociales entra en juego.
Una de las razones por las que el afecto está
subvalorado es simplemente histórica; en tanto
que tendemos a darlo por hecho porque tradicionalmente
ha sido realizado por mujeres a un precio muy bajo,
esencialmente fuera de la economía de mercado.
Todavía hay muchas mujeres en trabajos afectivos.
Y ya que a las mujeres en general se les paga menos
que a los hombres, esto ayuda a reducir todavía
más los costes del afecto. También hay
algo en el propio trabajo afectivo que contribuye a
su devaluación. Un factor relevante es que las
trabajadoras afectivas se preocupan de la gente que
están cuidando. Así que les resulta más
difícil declararse en huelga, les resulta más
difícil retener sus servicios hasta que no se
les pague. Se convierten en rehenes de su propio compromiso
y de sus propios afectos hacia la gente a la que están
cuidando. Así que no pueden negociar tan eficazmente
como lo hacen otros trabajadores, ni pueden amenazar
con marcharse o no proveer lo necesario. Esta es una
razón por la que se haya devaluado tanto. Hay
una segunda razón para esta devaluación,
que es bastante obvia: la gente que más necesita
afecto son los niños, los enfermos y las personas
de tercera edad, que tienen menos capacidad adquisitiva.
Si eres una trabajadora afectiva, provees un servicio
que no representa un lujo para la gente rica. Bueno,
puedes especializarte en los servicios afectivos de
lujo, pero la mayor parte del trabajo afectivo está
dedicado a gente que por definición necesita
cuidados y no está en posición de pagar
mucho dinero por ellos, y a menudo necesita apoyo estatal.
Y con la erosión del apoyo estatal, por supuesto
que va a haber una erosión en lo que vamos a
poder pagar a las trabajadoras afectivas por su colaboración.
Y creo que hay otra razón, que quizás
sea un poco más técnica, y que interesará
más a los economistas, y es que es muy difícil
evaluar la calidad del trabajo afectivo, porque es algo
tan personal: yo puedo ser una profesora muy buena con
una persona, pero puedo no tener ningún éxito
con otra. Evaluar mi calidad como profesora es mucho
más difícil que evaluar la calidad del
trabajo de alguien que produce un objeto físico,
cuyas características son independientes de la
persona que lo produce. Las trabajadoras afectivas también
tienen estas dimensiones emocionales: si soy buena profesora,
hago que mis alumnos realmente disfruten aprendiendo,
que es algo más importante que simplemente transmitir
información. Pero es muy difícil evaluar
el éxito en ello. Habitualmente, en un mercado,
la manera de conseguir mayor calidad es pagar más
dinero por un trabajo de más calidad. Pero en
el trabajo afectivo es difícil hacer esto porque
la calidad varía tanto y es tan difícil
de medir. El trabajo afectivo siempre debe tener algún
tipo de motivación intrínseca, la gente
necesita realizarlo por razones que tienen que ver con
sus propios sentimientos, compromisos y obligaciones.
Es como un recurso natural, una energía natural
que puede proporcionar buenos cuidados, pero que necesita
ser respetada y honrada para poder seguir fluyendo.
El requisito previo más obvio para una economía
afectiva es que se cubran las necesidades básicas
de las personas normales, sobre todo los niños,
las personas de tercera edad o los enfermos y los que
estén de alguna manera dolidos o desmotivados.
Pero por supuesto que el resto de nosotros también
necesitamos algún tipo de afecto. De alguna manera
hay que tener un sistema económico que crea un
espacio y un tiempo en el que los principios del afecto
sean respetados y premiados. Es muy difícil hacer
esto en una economía de mercado, en la que la
gente compite tan ferozmente sólo para sobrevivir,
obtener un trabajo o cubrir su subsistencia, que tienen
miedo de que si invierten tiempo en cuidar a los demás
serán castigados y abandonados.
Quizás sea cierto que los mercados pueden tener un buen efecto sobre las personas en ciertas circunstancias. Un poco de competitividad amistosa puede realmente sacar lo mejor de cada persona. Pero también es cierto que si el mercado está carente de cualquier restricción, esto va a llevar a una especie de feroz competición a muerte, y creo que es la dirección que la economía de mercado está tomando en el mundo hoy en día, y que mucha gente se siente muy preocupada y ansiosa por ello.
Todos los sistemas económicos alternativos consisten en organizar el trabajo. Ésta es la gran pregunta: ¿cómo nos organizamos? Y lo que quiero decir aquí es que cuando respondemos a esta pregunta, tanto si hablamos desde el punto de vista corporativo capitalista como si lo hacemos desde una perspectiva socialista, tenemos que reconocer que existe un tipo de trabajo que es distinto de los demás, que no es tan fácil de reducir a la lógica del intercambio o a la lógica de la planificación central y la administración burocrática. Es un tipo de intercambio intrínsecamente personal, intrínsecamente emocional que requiere relaciones interpersonales a largo plazo. Y esto es algo en lo que no pensaron los grandes teóricos del capitalismo, como tampoco lo hicieron los grandes teóricos del socialismo. Así que está allí en medio, ignorado por ambas partes. Esto se puede ver muy claramente en la gente que tiene una visión de un socialismo de mercado. Ellos piensan, "Oh, los mercado funcionan bien, con tal de que tengamos una distribución equitativa de la riqueza, y luego unas regulaciones que hagan que la competición tenga lugar en un contexto en el que las necesidades básicas de la gente estén cubiertas, etc." Bueno, yo simpatizo con esta visión del socialismo de mercado, pero no si organiza el afecto en función de los mercados. Porque no creo que la calidad afectiva pueda ser protegida por el mercado. Y hay algo en la competición mercantil que puede erosionarla. He pasado mucho tiempo intentando convencer a economistas de izquierdas y visionarios utópicos de que presten más atención al trabajo común desarrollado por las mujeres y que aprendan de él.
¿No sería ésta una buena metáfora, el estar bajo la lluvia y hablar de esto? Ésta es mi vida, estar de pie bajo la lluvia, mojándome, y diciendo lo mismo una y otra vez.
La familia en sí siempre ha sido una especie de metáfora del socialismo. El socialismo es realmente una familia a gran escala, en la que cuidamos a nuestros hermanos y hermanas. Esto es lo interesante del feminismo, que las feministas siempre han tenido que desafiar a la familia tradicional, la idea del patriarca, el hogar liderado por el hombre, que les dice a las nuevas generaciones lo que tienen que hacer mientras manda la mujer a la cocina para preparar la comida y fregar el suelo. Pero, al mismo tiempo, la familia siempre ha tenido algo a su favor, la solidaridad, el amor y el afecto mutuo, que es tan fundamental para la vida en familia, que las feministas han intentado reclamar y repensar cómo se puede entender el afecto y la ayuda mutua y transponer esto a toda la sociedad. No parece una exageración, si podemos hacerlo a un nivel micro-económico, sin las familias individuales, deberíamos saber cómo generalizarlo.
Verdaderamente, una sociedad puede y debe ser como una gran familia feliz y equitativa, en la que las personas tienen sus propias responsabilidades, pueden salir a ganarse la vida o pueden especializarse en distintos tipos de trabajo, pero todos coinciden en una serie de prioridades y objetivos comunes, y se han comprometido a trabajar juntos y a respetarse mutuamente de una forma realmente profunda.
Visto de una cierta manera, esto es utópico y visionario, pero visto de otra, es muy viejo y tradicional.
Creo que hay mucha evidencia de que cuidar a los demás es como una especie de aptitud, si la practicas, si disfrutas de ella, sacas más provecho de ella. También es algo que surge de la conexión personal con otras personas. Y si nunca inviertes en esta conexión de responsabilidad para con los demás, entonces nunca llegas a concienciarte de este sentido de conexión ni a desarrollarlo. Debería ser una parte central en nuestro proceso educativo el que la gente se haga responsable de otras personas y que lo haga de una manera... ya sabes, no limitarse a bajar un día al mes a trabajar en el comedor de beneficencia y a entrar en contacto con un grupo distinto de personas cada vez, sino de establecer una verdadera conexión a largo plazo con personas que son distintas de nosotros. Personas que no son nuestros vecinos de al lado, o que no van a nuestra iglesia, o a nuestra universidad, sino gente que está fuera de este sistema y con la que probablemente nunca entraríamos en contacto de otra manera. Podríamos planificar una especie de intercambio de trabajo y reciprocidad a un nivel más alto que pueda desarrollar estas aptitudes, que beneficiarían muchísimo nuestra sociedad.
A la gente no le gusta la idea de obligación. Piensan, "Vale, esto esta bien, si quieres ir a cuidar a otras personas, deberías tener la libertad para hacerlo, pero no me obligues a hacerlo a mí." Yo creo profundamente que tenemos ciertas obligaciones mutuas y que no podemos llevarlas a cabo sólo con pagar impuestos o con compartir parte de nuestros ingresos, tenemos que compartir parte de nuestro tiempo y de nuestra energía, y parte de nuestro afecto.
No sé si John Rawls es conocido en Europa, pero en el mundo anglosajón, como un filósofo angloparlante, sí lo es. Él desarrolló la metáfora del "velo de ignorancia": de alguna manera, sacas a la gente de su contexto diario y los sitúas detrás de un velo, o una cortina, donde no conocen sus propias identidades. Así que no pueden actuar en pos de sus propios intereses, y por tanto toman decisiones que están realmente en el interés de todos, porque no saben quién son ni quién serán. Esto sería un fantástico argumento para un relato de ciencia-ficción: desarrollar un sistema global, coger a gente de cualquier parte del mundo y ponerlos detrás de algún tipo de velo de ignorancia, donde ya no saben si son norteamericanos o chinos o australianos o de Bostwana. Así que mirarán al mundo desde una perspectiva completamente neutral y pensarán, "¿Cuáles deberían ser nuestras prioridades? ¿A dónde deberían dirigirse nuestros esfuerzos?" Creo que es una metáfora muy potente, aunque aún no dispongamos de la tecnología para realizarla.
Me encanta la ciencia-ficción. Creo que es en la ciencia-ficción de Marge Piercy y la de otras escritoras de ciencia-ficción, como Sherry Tupper, Kim Stanley Robertson, donde la imaginación social se hace fuerte en primer lugar. De alguna manera, lo que estoy haciendo es una especie de acercamiento a estas visiones más imaginativas, y un intento de pensar y entender cómo podríamos juntar las piezas y cómo adaptar nuestras instituciones económicas actuales para movernos en esta dirección. Los economistas son una especie de ingenieros de la utopía, nuestro trabajo consiste en ocuparnos de las tuercas y los tornillos de este sistema económico alternativo, y creo que dependemos de los artistas y los escritores para poder ver a dónde queremos ir.
Traducción: MediaLabMadrid, Centro Cultural Conde Duque, Madrid