01 2001
Pensamiento crítico y disolución de la dóxa
Entrevista con Loïc Wacquant
Traducción de Julia Varela
¿Qué es para usted el pensamiento crítico?
Se pueden atribuir dos acepciones al término “crítica”. En primer lugar, una acepción que podría denominarse kantiana, que designa, en la línea del pensamiento del filósofo de Königsberg, el examen evaluativo de las categorías y formas de conocimiento con el fin de determinar su validez y su valor cognitivos; en segundo lugar, una acepción marxiana, que se dirige con las armas de la razón hacia la realidad sociohistórica para sacar a luz las formas ocultas de dominación y de explotación existentes, con el fin de hacer aparecer, en negativo, las alternativas que dichas formas obstruyen y excluyen (Max Horkheimer definía como “teoría crítica” aquella teoría que es a la vez explicativa, normativa, práctica y reflexiva). A mi juicio, el pensamiento crítico más fructífero es el que se sitúa en la confluencia de estas dos tradiciones y que, por tanto, une la crítica epistemológica y la crítica social, cuestionando de forma constante, activa y radical, las formas establecidas de pensamiento y las formas establecidas de vida colectiva, el “sentido común” o la dóxa (incluida la dóxa de la tradición crítica) y las relaciones sociales y políticas tal como se establecen en un determinado momento en una sociedad dada.
Puede y debe existir una sinergia entre estas dos formas de crítica, de tal modo que el cuestionamiento de la crítica intelectual, la historia de los conceptos, el examen lógico de los términos, las tesis y las problemáticas, la genealogía social de los discursos, la arqueología de sus presupuestos culturales (todo aquello que el primer Foucault denominaba épistemè) nutran y acrecienten la fuerza de la crítica institucional. El conocimiento de los determinantes sociales del pensamiento es indispensable para liberarlo, en la medida de lo posible, de los determinismos que pesan sobre él (al igual que sobre cualquier otra práctica social), y, por tanto, para hacerlo capaz de proyectarnos mentalmente más allá del mundo tal como nos ha sido dado para poder así inventar otros futuros distintos que el que está inscrito en el orden de las cosas. Para decirlo brevemente, el pensamiento crítico es aquel que nos proporciona a la vez los medios para pensar el mundo tal y como es y tal y como podría ser.
¿Qué influencia tiene el pensamiento crítico en
la actualidad?
Arriesgándome a contradecirme me atrevería a decir que es a la vez extremadamente fuerte y terriblemente débil. “Fuerte”, en el sentido de que nunca las capacidades teóricas y empíricas de comprensión del mundo han sido tan grandes como ahora, como pone muy bien de relieve la extraordinaria acumulación de saberes y de técnicas de observación en los campos más variados, desde la geografía a la historia, pasando por la antropología y las ciencias cognitivas, sin hablar del florecimiento de los estudios llamados humanistas, la filosofía, el derecho, la literatura, etc. En todos los campos, si se exceptúa desgraciadamente el caso de la economía y de la ciencia política que siguen ampliamente encerradas en el triste papel de técnicas de legitimación del poder, se observa que la voluntad de cuestionamiento crítico está presente y es fecunda. No es una casualidad que Foucault y Bourdieu sean los dos autores más citados y más utilizados en el mundo de las ciencias sociales en la actualidad: ambos son pensadores críticos y pensadores de las relaciones de poder. Y si el feminismo, movimiento intelectual y político crítico en su mismo fundamento, ha conseguido renovar la investigación en los ámbitos más variados, desde la estética a la arqueología, pasando por la criminología, es porque la ha vinculado a un proyecto concreto de transformación social y cultural.
Basta con leer los análisis de las derivas mortíferas de la racionalidad producidas por Zygmunt Bauman en Modernity and the Holocaust[1]; o los experimentos literarios (empleo este oxímoron deliberadamente) a través de los cuales José Saramago deconstruye el orden social en Ensayo sobre la ceguera[2]; o las teorías de la equidad y del desarrollo económico en las que se unen el rigor científico y el compromiso moral del reciente premio Nobel Amartya Sen en Development as Freedom[3]; así como la reseña que Nancy Scheper-Hughes hace de las contradicciones del amor maternal en las favelas de Brasil en Death without Weeping[4], o el retrato penetrante que hace Eric Hobsbawm del siglo XX en Age of extremes; o la epopeya de la noción de libertad, surgida a la sombra de la esclavitud, que traza Orlando Patterson en Slavery and Social Death y Freedom in the Making of Western Culture; o también la anatomía de los mecanismos del poder tecnocrático que realiza Pierre Bourdieu en La Noblesse d’État … De este modo uno puede comprobar que el pensamiento crítico está vivo, es productivo, está en pleno desarrollo y progresa. Por otra parte, el pensamiento crítico no se limita únicamente a los intelectuales que desfilan bajo su bandera, sino que existen muchos investigadores, artistas y escritores que contribuyen a alimentarlo independientemente, incluso a pesar a veces de sus compromisos políticos y cívicos, cuando ponen de manifiesto posibles hechos sociales colaterales que son ocultados, reprimidos o rechazados, pero que están bien presentes, en esbozo o en gestación, en la actualidad.
Si a esto se añade que nunca ha habido tantos investigadores en ciencias sociales, ni tantos intelectuales en un sentido amplio, como en nuestros días, que el nivel general de educación de la población aumenta sin cesar, que los sociólogos, por referirme únicamente a ellos, nunca como ahora han sido tan influyentes en la esfera pública (si se tiene en cuenta el número de libros que venden, su presencia en los medios de comunicación, su participación directa o indirecta en el debate político), surge la tentación de concluir que nunca la razón ha tenido tantas posibilidades de triunfar sobre la arbitrariedad histórica en los asuntos humanos. El éxito creciente que está teniendo en Francia la colección Raisons d’agir, que publica libros rigurosos, y al mismo tiempo breves y escritos en un lenguaje accesible, sobre temas de interés cívico vital, es una buena prueba de que existe una amplia demanda social de un pensamiento crítico y que la ciencia social está preparada para responder a ella.
Y sin embargo este mismo pensamiento crítico es terriblemente débil, por una parte porque con demasiada frecuencia se deja encerrar y ahogar en el microcosmos universitario (algo particularmente evidente en los Estados Unidos donde la crítica social funciona en el vacío y da vueltas sobre sí misma, para terminar mordiéndose la cola, como un perro que se vuelve rabioso tras ser encerrado en un vestíbulo), y, por otra, porque en la actualidad se encuentra frente a una verdadera muralla china simbólica formada por el discurso neoliberal y sus derivados que han invadido todas las esferas de la vida cultural y social, y porque debe hacer frente, además, a la concurrencia de un falso pensamiento crítico que, bajo la apariencia de un lenguaje aparentemente progresista que se refiere al “sujeto”, la “identidad”, el “multiculturalismo”, la “diversidad” y la “mundialización”, invita a la sumisión a las fuerzas del mundo, y concretamente a las fuerzas del mercado. En un momento en el que la estructura de clases se rigidifica y se polariza, cuando la hipermovilidad del capital proporciona a la burguesía transnacional una capacidad de dominación sin precedentes, cuando las elites dirigentes de todos los grandes países desmantelan de común acuerdo los dispositivos de protección social puestos en marcha tras más de un siglo de luchas salariales, y cuando formas de pobreza que recuerdan las existentes en el siglo XIX surgen de nuevo y se extienden, los representantes de ese falso pensamiento crítico hablan de “sociedad fragmentada”, de “etnicidad”, de “convivialidad”, de “diferencia”. Cuando más nos hace falta un análisis histórico y materialista sin concesiones, nos proponen un culturalismo soft absorbido enteramente por las preocupaciones narcisistas del momento. En realidad nunca el falso pensamiento, ni la falsa ciencia, han sido también tan prolijos y omnipresentes.
¿Cuáles son las principales formas que adopta
este falso pensamiento?
En los Estados Unidos adopta la forma de policy research, que desempeña un papel principal de parachoques y de escudo contra el pensamiento crítico, y sirve al mismo tiempo de imagen de marca para aislar el campo político de cualquier investigación independiente y radical sobre las políticas públicas tanto en su concepción como en sus implicaciones. Cualquier investigador que quiera dirigirse a los responsables del Estado deberá pasar obligatoriamente por este campo bastardo, superar ese “filtro anticontaminante”, y aceptar someterse a una censura severa que le obliga a la reformulación de su trabajo y a recurrir a categorías tecnocráticas que garanticen que su investigación no se anclará ni tendrá efectos sobre lo real. De hecho, los políticos norteamericanos únicamente invocan la investigación social cuando va en el sentido que a ellos les conviene; de otro modo la dejan de lado, como hizo el presidente Clinton cuando propuso su “reforma” de la ayuda social (es decir cuando abolió el derecho a la ayuda social y lo reemplazó por la obligación del salario precario a través del workfare), pese a que una ingente cantidad de estudios mostraba que esta medida suponía una regresión social que afectaba negativamente a los más desfavorecidos.
En Europa, de da el caso del periodismo sociológico, un género híbrido practicado generalmente por gente que se dice universitaria pero que, en realidad, pasa su tiempo escribiendo blocs de notas, editoriales y reportajes apresurados, que va a la radio y a la televisión, y está en todas partes para hablar de cualquier asunto de actualidad, incluso de aquello sobre lo que no tiene la menor competencia científica. Sus representantes saltan de un “problema social” a otro en función de la demanda de los medios de comunicación, y de la demanda política, sin plantearse nunca cómo ese problema se ha constituido en fenómeno de preocupación y de intervención, por quiénes y para qué. Ocupan ampliamente el poco espacio concedido por los periodistas a los investigadores, ya que cultivan la vanidad de los periodistas al borrar la distinción que existe entre visión mediática y visión científica: sus análisis, que se basan en el mejor de los casos en trabajos superficiales (no tienen tiempo para realizar trabajos serios, ya que el tiempo se lo pasan en los medios de comunicación, en las comisiones oficiales y en las proximidades del poder), se parecen mucho a los que hacen los propios periodistas; ¡se comprende así que estos últimos los aprecien y agasajen!
Pero el principal obstáculo para el pensamiento crítico en la actualidad está en otra parte: en la formación de una verdadera internacional neoliberal, que tiene su base en una red de think tanks cuyo centro es la costa este de los Estados Unidos, y que cuenta con el refuerzo de los grandes organismos internacionales, tales como el Banco Mundial, la Comisión Europea, la OCDE, la Organización Mundial del Comercio, etc. Esta internacional difunde a una velocidad exponencial los productos de la falsa ciencia con el fin de legitimar mejor las políticas socialmente reaccionarias puestas en marcha en todos sitios en la era del mercado triunfante. Intenté mostrar algo de esto en mi libro Las cárceles de la miseria[5] haciendo referencia a la política de “tolerancia cero” que se ha mundializado en menos de una década bajo el impulso del Instituto Manhattan de Nueva York y de sus epígonos y “colaboradores” activos o pasivos en el extranjero, y en Los parias urbanos a propósito del pseudoconcepto de underclass que sirve en todos los países en los que es utilizado para condenar a la víctima al poner en relación las nuevas formas de pobreza urbana con la supuesta emergencia de un nuevo grupo de pobres disolutos y desorganizados. Pierre Bourdieu y yo mismo hemos intentado en Las argucias de la razón imperialista[6] esbozar las líneas maestras de un análisis crítico del desarrollo y de los efectos reales y simbólicos de esta nueva vulgata planetaria que nos presenta un mundo fabricado por las grandes multinacionales como el resultado último de la historia, y la mercantilización de todas las cosas como la conquista más elevada de la humanidad. Esta vulgata resuena en todas las bocas incluidas las de los gobernantes e intelectuales que se reclaman de izquierdas y se creen progresistas (a veces sinceramente).
¿Cuál podría ser el papel del pensamiento
crítico frente a la obscenidad de las insólitas desigualdades producidas por el
nuevo capitalismo global?
Crear un rompeolas de resistencia frente a la destrucción que lleva a cabo el Moloch del mercado, comenzando por la destrucción del pensamiento y de todas las formas de expresión cultural amenazadas en la actualidad de muerte violenta por el imperativo del beneficio y la búsqueda desenfrenada del éxito basado en el marketing: piénsese que Hillary Clinton cobró siete millones de dólares como adelanto por su libro, y que Jack Wells, presidente director general de la General Electric, cobró a su vez nueve millones por el suyo. Son dos libros insustanciales, escritos por “negros”, en los cuales cada uno contará su vida: la una su vida de primera dama, y el otro su experiencia como Director general de Alto Voltaje, dos libros que Amazon.com venderá por toneladas, mientras que escritores, poetas y jóvenes investigadores de talento no encuentran editoriales que les publiquen, pues todos los editores deben comparar sus porcentajes de beneficios anuales con los de los sectores de la televisión y del cine asimilados por los grandes conglomerados culturales.
El pensamiento crítico debe desmontar con celo y fuerza las falsas evidencias, revelar los subterfugios, desenmascarar las mentiras, señalar las contradicciones lógicas y prácticas del discurso del Mercado-Rey y del capitalismo triunfante que se extiende por todas partes con la fuerza del destino, tras el brutal derrumbe de la estructura bipolar del mundo que tuvo lugar en 1989, y tras el agotamiento del proyecto socialista (y de su desarrollo por gobiernos pretendidamente de izquierdas pero reconvertidos de hecho a la ideología liberal). El pensamiento crítico debe plantearse sin cesar la cuestión de los costes y los beneficios sociales de las políticas de desregulación económica y de desmantelamiento social que se nos presentan en la actualidad como la vía segura hacia la prosperidad eterna y la felicidad suprema bajo la égida de la “responsabilidad individual” —otro de los términos para nombrar la irresponsabilidad colectiva y el egoísmo del mercado. Karl Marx se pronunciaba en su famosa Carta a Arnold Ruge —publicada en la Rheinische Zeitung en 1844— a favor de una crítica despiadada de todas las cosas existentes y a mí me parece que éste es un programa que está de plena actualidad. Nos encontramos así con la primera función histórica del pensamiento crítico, que consiste en servir de disolvente de la dóxa, en poner continuamente en tela de juicio las evidencias y los marcos mismos del debate cívico, de tal suerte que se nos abra una posibilidad de pensar el mundo en vez de ser pensados por él, de desmontar y de comprender sus engranajes, y por tanto, la posibilidad de reapropiárnoslo tanto intelectual como materialmente.
Entrevista
que se publicó en Adef (Asociación Argentina de Filosofía): Revista de
Filosofía 26, no. 1 (abril, 2001): 129–134.
[1] Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto, Madrid, Sequitur, 1997.
[2] José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, Madrid, Alfaguara-Santillana, 1998.
[3] Kumar Amartya Sen, Desarrollo y libertad, Barcelona, Planeta, 2000.
[4] Nancy Scheper-Hughes, La muerte sin llanto: violencia y vida cotidiana en Brasil, Barcelona, Ariel, 1997.
[5] L. Wacquant, Las cárceles de la miseria, Madrid, Alianza, 2001.
[6] L. Wacquant y P. Bourdieu, Las argucias de la razón imperialista, Barcelona, Paidós, 2001.