09 2003
¿Qué significa hoy autonomía?
Traducido del italiano de Manuel Aguilar Hendrickson
Subjetivación y no sujeto
No pretendo hacer
una reconstrucción histórica del movimiento de autonomía,
sino tan sólo tratar de comprender su especificidad
histórica volviendo sobre conceptos como rechazo del
trabajo y composición de clase. Los periodistas usan
el término operaismo para designar un movimiento político y filosófico que apareció
en Italia en los años 60. A mí no me gusta ese término
porque reduce la complejidad de la realidad social al
mero dato de la centralidad de los obreros industriales
en la dinámica social de la modernidad tardía. La centralidad
de la clase obrera ha sido uno de los grandes mitos
políticos del siglo XX, pero el problema que nos
tenemos que plantear es el de la autonomía del espacio
social frente al dominio capitalista, y el de las diferentes
composiciones culturales, políticas e imaginarias que
elabora el trabajo social. Por eso prefiero emplear
la expresión composicionismo para designar ese movimiento
de pensamiento.
Lo que me interesa subrayar de
la operación filosófica del llamado operaismo
italiano es el desmontaje de la noción de sujeto que
el marxismo heredó de la tradición hegeliana. En lugar
del sujeto histórico, el composicionismo empieza a pensar
en términos de "subjetiv/acción". El concepto
de clase social no tiene una consistencia ontológica,
sino que debe entenderse como un concepto vectorial.
La clase social es proyección de imaginaciones y proyectos,
efecto de una intención política y de una sedimentación
de culturas.
Los pensadores que escribían
en revistas como Classe
Operaia o Potere Operaio no usaban este tipo de lenguaje, no hablaban de inversiones
sociales de deseo, y se expresaban de forma mucho más
leninista. Pero el gesto que realizaron produjo un cambio
importante en el panorama filosófico, que desplazó la
atención de la centralidad de la identidad obrera a
la descentralización del proceso de subjetivación. Félix
Guattari, que entró en contacto con el operaismo
después de 1977 y sólo fue conocido por los pensadores
de la autonomía italiana después de esa fecha, insistió
siempre en la idea de que no se debería hablar de sujeto
sino, más bien, de proceso de subjetivación.
Partiendo de estas observaciones
podemos tratar de comprender qué significa rechazo del
trabajo. Esta expresión no significa tanto el hecho
obvio de que a los obreros no les gusta que les exploten,
sino algo más. Significa que la reestructuración capitalista,
el cambio tecnológico y la transformación general de
las instituciones sociales son el producto de una acción
cotidiana de sustracción de la explotación, de rechazo
de la obligación de producir plusvalor y de aumentar
el valor del capital a costa de reducir el valor de
la vida.
Como he dicho, no me gusta la
expresión operaismo
por la implícita reducción a una referencia social restringida,
y prefiero la palabra composicionismo. El concepto de
composición social o composición de clase, ampliamente
utilizado por los pensadores "operaistas",
parece tener más que ver con la química que con la historia
social.
Me gusta la idea de que el lugar
en el que se desarrollan los procesos históricos no
sea el sólido territorio rocoso de origen hegeliano,
sino un ambiente químico en el que sexualidad, enfermedad
y deseo se combaten, se encuentran y se mezclan y cambian
continuamente el panorama. Si usamos el concepto de
composición podemos comprender mejor lo que sucedió
en Italia en los años 70, y podemos entender mejor qué
quiere decir autonomía: no es la constitución de un
sujeto, no es la identificación de los seres humanos
con una figura social prefijada, sino el cambio continuo
de las relaciones sociales, la identificación y la desidentificación
sexual y el rechazo del trabajo. El rechazo del trabajo
es un producto de la complejidad de las inversiones
sociales de deseo.
En este marco, autonomía significa
que la vida social no depende sólo de la regulación
disciplinar impuesta por el poder económico, sino también
de los desplazamientos, los deslizamientos y las disoluciones
que constituyen el proceso de autocomposición de la
sociedad viva. Lucha, retirada, alienación, sabotaje,
líneas de fuga del sistema de dominio capitalista.
Ese es el significado de la expresión
"rechazo del trabajo". Rechazo del trabajo
significa muy sencillamente: "no quiero ir a trabajar
porque prefiero dormir." Esta pereza es la fuente
de la inteligencia, de la tecnología y del progreso.
Autonomía es la autorregulación del cuerpo social, en
su independencia y en sus interacciones con la norma
disciplinar.
Autonomía y desregulación
Hay otro aspecto
de la autonomía en el que se ha profundizado poco hasta
ahora. El proceso de autonomización de los trabajadores
de su papel provocó un terremoto social que, a su vez,
desencadenó la desregulación capitalista. La palabra
desregulación apareció en la escena ideológica a finales
de los años 60, e interpretó un espíritu desestructurador
que venía del pensamiento libertario y antiautoritario
de los decenios precedentes. Hay toda una tradición
de "desreglamentación", que recorre la cultura
hippy libertaria californiana, el pensamiento autónomo
italiano y la epistemología deseante francesa, que predica
la autonomía de la dinámica social frente al dominio
estatal y autoritario. El liberalismo recoge el impulso
de estas culturas y lo transforma en fanatismo de la
economía. La autonomía social desencadenó la potencia
del saber y la imaginación colectiva, pero el liberalismo
traduce esa liberación al terreno paranoico de la competitividad.
La desregulación que entró en
la escena mundial en la época de Thatcher y de Reagan
puede verse como la respuesta capitalista a la autonomización
respecto al orden disciplinario del trabajo industrial.
Los obreros pedían libertad frente a la regulación capitalista,
y el capital hizo lo mismo pero a la inversa. La libertad
frente a la regulación del Estado ha resultado ser despotismo
sobre el tejido social y sobre la vida cotidiana de
las personas concretas. Los trabajadores pedían libertad
frente a la prisión del trabajo de por vida en la fábrica
industrial, y la desregulación respondió mediante la
flexibilización del trabajo y la fractalización del
trabajo.
El movimiento de
autonomía en los años 70 puso en marcha un proceso peligroso
pero indispensable. Un proceso que se desarrolló desde
el rechazo social del dominio capitalista hasta la revancha
capitalista que adoptó la forma de desregulación, de
libertad de la empresa frente a todo control estatal,
de destrucción de la protección social, de reducción
y externalización de la producción, de recorte del gasto
social, de desfiscalización y, finalmente, de flexibilización.
El movimiento de autonomía puso en marcha, en efecto,
la desestabilización del contexto social que había surgido
de un siglo de presiones sindicales y regulación estatal.
¿Cometimos, acaso, un terrible error? ¿Deberíamos arrepentirnos
de las acciones de disidencia y sabotaje, de autonomía
y de rechazo del trabajo que parecen haber provocado
la desregulación capitalista?
No, en absoluto.
Es cierto que el movimiento de
autonomía anticipó la tendencia, pero la desregulación
estaba inscrita en las líneas de desarrollo del capitalismo
posindustrial, como le estaba en la reestructuración
tecnológica de la globalización productiva.
Hay una relación estrecha entre
rechazo del trabajo e informatización de las fábricas,
reducción de plantillas y subcontratación, y flexibilización
del proceso global de trabajo. Pero esa relación es
mucho más compleja que una simple cadena de causas y
efectos. El proceso de desregulación estaba ya inscrito
en el desarrollo de nuevas tecnologías que permitían
a las grandes empresas lanzar el proceso de globalización.
Un proceso parecido se produjo en el campo de los medios
de comunicación en el mismo período.
Pensemos en las radios libres
italianas de los años 70. En aquellos años en Italia
existía un monopolio estatal de la telecomunicación
y estaba prohibida la emisión privada. La izquierda
política, en especial el PCI, denunciaba a los activistas
mediáticos de Radio Alice a los que acusaba de romper
el sistema público de comunicación y de abrir así el
camino a los medios privados. ¿Hay que pensar que tenía
razón la izquierda estatista que se oponía a al proliferación
comunicativa en nombre de la defensa del sistema público?
No lo creo así. Creo que la izquierda tradicional se
equivocaba por varias razones. Ante todo, porque el
fin del monopolio público estaba ya inscrito en la evolución
de la tecnología de la comunicación. En segundo lugar,
porque la libertad de expresión es mejor que la centralización
estatal de los medios. En ese momento la izquierda representaba
una fuerza de conservación estatista, tanto en Italia
como en los países del Este de Europa. Representaba
un cascarón cultural que no podía sobrevivir a la transición
posindustrial. Lo mismo podemos decir respecto al fin
del imperio soviético. Sabemos que la población rusa
está hoy peor que hace veinte años, y que la llamada
democratización ha llevado sobre todo a la destrucción
de la protección social, a una pesadilla de competición
agresiva, de violencia, de corrupción y de miseria existencial.
Pero la disolución del régimen
socialista era inevitable, porque ese orden bloqueaba
la dinámica del deseo social y porque impedía la innovación
cultural. La disolución de los regímenes comunistas
estaba inscrita en la composición social de la inteligencia
colectiva, en el imaginario creado por los nuevos medios
globales y en las inversiones colectivas de deseo. Eso
explica que la intelectualidad democrática y las fuerzas
culturales disidentes tomasen parte en la lucha contra
los regímenes socialistas, aunque supieran que el capitalismo
no sería ningún paraíso. Hoy la desregulación está devastando
la que en tiempos fuera sociedad soviética, y se experimenta
la explotación, la miseria y la humillación hasta un
punto tal vez nunca alcanzado, pero esta transición
era inevitable y, en cierto sentido, ha sido un cambio
progresivo.
Desregulación no significa sólo emancipación de la empresa privada frente a la regulación estatal y reducción del gasto público y de la protección social. También significa flexibilización del trabajo. La realidad de la flexibilidad del trabajo es la otra cara de esa emancipación de la disciplina capitalista. No debemos minusvalorar la relación entre el rechazo del trabajo y la flexibilización que le ha seguido. Una de las ideas fuertes del movimiento de autonomía era que "lo precario es bello". La precariedad del trabajo es una forma de autonomía frente al trabajo regular que dura toda la vida. En los años 70 era habitual trabajar unos meses, dejar el trabajo para irse de viaje, regresar y volver a trabajar unos meses y así sucesivamente. En condiciones de pleno empleo y en presencia de una extendida cultura igualitaria, no competitiva y no consumista, es posible un estilo de vida como ése, y le sienta bien al cuerpo y al espíritu. La ofensiva neoliberal de los años 80 pretendía invertir la relación de fuerzas. Desregulación y flexibilización del trabajo han sido efecto e inversión de la autonomía obrera. Es preciso comprenderlo, y no sólo por razones históricas. Si queremos entender lo que debemos hacer hoy, en la época de la plena flexibilidad del trabajo humano que, sin embargo, es también una fase de crisis del neoliberalismo, debemos comprender cómo pudo producirse, en ese paso de los años 70 a los 80, la ocupación del campo del deseo social por un imaginario economicista y competitivo.
En los últimos decenios la informatización del sistema de máquinas ha jugado un papel crucial en la flexibilización del trabajo, junto con la intelectualización y la inmaterialización de los principales procesos productivos. La introducción de las nuevas tecnologías electrónicas y la informatización del proceso productivo han abierto el camino a la creación de una red global de infoproducción, desterritorializada, deslocalizada y despersonalizada. La red global de infoproducción se ha convertido cada vez más en sujeto del proceso productivo social, y el tejido humano de las personas que lo componen se ha fragmentado hasta disolverse. No hay ya seres humanos que trabajan, sino fragmentos de tiempo sometidos al proceso de valorización, átomos de tiempo recombinados en el proceso productivo global. Los trabajadores industriales rechazaron su papel en la fábrica y ganaron, de ese modo, libertad y autonomía frente al dominio capitalista y frente al control de su tiempo de vida. Pero ello llevó a los capitalistas a invertir en tecnologías que ahorran trabajo y a cambiar la composición técnica del proceso de trabajo, para poder expulsar a los obreros industriales y sus formas de organización autónoma y crear una nueva organización del trabajo que pudiera ser más flexible.
Ascenso y caída de la alianza de trabajo cognitivo y capital recombinante
Intelectualización
e inmaterialización del trabajo son una cara del cambio
de las formas de producción social. La otra cara es
la globalización planetaria. Inmaterialidad y globalización
son complementarias. La globalización es un proceso
que conlleva elementos de pesada materialidad, porque
el trabajo industrial no desaparece en la época posindustrial,
sino que emigra hacia las zonas geográficas en las que
es posible pagar salarios bajos, y en las que la legislación
no protege el trabajo y favorece a la libre empresa,
a costa del medio ambiente y de la sociedad. La perspectiva
de una extensión planetaria del proceso de producción
industrial fue previsto por Mario Tronti en un artículo
aparecido en el último número de la revista Classe
Operaia, en 1967. Tronti escribía que "el fenómeno
más importante de los próximos decenios hasta el fin
del siglo XX será el desarrollo de la clase obrera a
escala planetaria". Esta intuición no se fundaba
en el análisis del proceso de producción capitalista,
sino en la comprensión de las transformaciones en la
composición del trabajo. La globalización y la informatización
podían preverse como una consecuencia del rechazo del
trabajo en los países industriales de occidente. Durante
los dos últimos decenios del siglo XX hemos asistido
a una especie de alianza entre capital recombinante
y trabajo cognitivo. Llamo recombinante al capital que
no está ligado estrechamente a una aplicación industrial
particular, sino que es transferible con rapidez de
un lugar a otro, de una aplicación industrial a otra,
de un sector de actividad económica a otro. Se puede
llamar recombinante al capital financiero que desempeñó
un papel central en la política y la cultura de los
años 90. La alianza de trabajo cognitivo y capital financiero
ha tenido importantes efectos culturales, como la identificación
ideológica del trabajo y la empresa. Los trabajadores
se han visto empujados a verse a sí mismos como autoempresarios.
En esa visión había algo de cierto, en el período en
el que florecieron las dotcom, cuando el trabajador cognitivo podía crear su empresa invirtiendo
su fuerza intelectual (una idea, un proyecto, una fórmula)
como un bien que podía valorarse en términos financieros.
Era la época que Geert Lovink,
en su importante libro Dark
Fiber,[1]
llama la de la "dotcomanía". ¿Qué fue la "dotcomanía"?
La participación masiva en el ciclo de inversión financiera
de los años 90 puso en marcha un proceso de autoorganización
de los productores cognitivos. Los trabajadores cognitivos
invertían su experiencia, su saber y su creatividad,
y encontraban en el mercado de acciones los medios para
crear empresas. Para muchos la forma empresa se convirtió
en el punto de encuentro entre capital financiero y
trabajo cognitivo de alto potencial productivo.
La ideología libertaria
y liberal que dominaba la cibercultura (sobre todo norteamericana)
en los años 90 idealizaba el mercado presentándolo como
un entorno puro. En ese entorno, natural como la lucha
por la supervivencia del más fuerte que hace posible
la evolución, el trabajo encuentra los medios necesarios
para valorizarse y convertirse en empresa. Una vez dejado
a su dinámica propia, el sistema económico de red estaba
destinado a optimizar los beneficios económicos para
todos, propietarios y trabajadores, entre otras cosas
porque la diferencia entre propietarios y trabajadores
se hacía cada vez más imperceptible al entrar en el
circuito productivo virtual.
Este modelo, teorizado por autores
como Kevin Kelly y convertido por la revista Wired
en una especie de Weltanschauung
liberal–digital, arrogante y triunfalista, entró en
quiebra a principios del nuevo milenio, junto con la
new economy
y buena parte del ejército de emprendedores cognitivos
que habían vivido en el mundo de las dotcom.
La razón de la bancarrota se halla en el hecho de que
el modelo de un mercado perfectamente libre es una falsedad
teórica y práctica. Lo que el neoliberalismo reforzó
a largo plazo no fue el libre mercado, sino el monopolio.
En la segunda mitad de los años
90 se desarrolló una auténtica lucha de clases dentro
del circuito productivo de las altas tecnologías. El
devenir de la red se ha visto marcado por esa lucha,
cuyo resultado aún hoy es incierto. Desde luego, la
ideología de un mercado libre y natural ha resultado
un engaño. La idea de que el mercado funciona como un
espacio neutro de confrontación entre ideas, proyectos,
calidad y utilidad de los productos ha sido barrida
por la amarga verdad de la guerra que los monopolios
han librado contra la multitud de trabajadores autoempresarios
y contra la patética masa de microtraders.[2]
La lucha por la supervivencia no ha sido ganada por
el mejor o por el más afortunado, sino por el que ha
sacado los cañones: los cañones de la violencia, de
la rapiña, del robo sistemático, y de la violación de
cualquier norma ética o legal. La alianza Bush–Gates
ha sancionado la liquidación del mercado, y con ello
la fase de lucha interna en la clase virtual se acabó.
Una parte de la clase virtual se ha incorporado al complejo
militar industrial, mientras otra (la gran mayoría)
ha sido expulsada de la empresa y empujada hacia los
márgenes de una proletarización abierta. En el plano
cultural están emergiendo las condiciones para la formación
de una consciencia social del cognitariado. Y éste podría
ser el fenómeno más importante de los años próximos,
la única clave que podría ofrecer soluciones al desastre.
Las dotcom han sido el laboratorio de experimentación de un modelo productivo y de un mercado. Al final el mercado ha sido conquistado y asfixiado por las grandes empresas monopolistas, y el ejército de autoemprendedores y microcapitalistas de fortuna ha sido desplumado y disuelto. Así ha comenzado una fase nueva: los grupos que alcanzaron el predominio en el ciclo de la net economy se han aliado con el grupo dominante de la old economy (el clan mafioso de Bush y Berlusconi, la industria militar y la petrolera) y el proceso de globalización productiva sufre un bloqueo. El neoliberalismo ha producido su negación y sus más entusiastas defensores se han convertido en sus víctimas marginalizadas.
Con el crash de las dotcom el trabajo cognitivo se ha separado del capital. Los artesanos digitales, los que en los años 90 se sintieron empresarios de su propio trabajo, se han dado cuenta poco a poco de que han sido engañados, desplumados y expropiados, y eso creará las condiciones de una consciencia de nuevo tipo de los trabajadores cognitivos. Se darán cuenta de que a pesar de tener toda la potencia productiva, han sido expropiados de sus frutos por una minoría de especuladores ignorantes pero hábiles en el manejo de los aspectos legales y financieros del proceso productivo. El sector improductivo de la clase virtual, los abogados y los contables, se apropia del plusvalor cognitivo producido por los físicos, los informáticos, los químicos, los escritores y los operadores mediáticos. Pero éstos podrían separarse del castillo jurídico y financiero del semiocapitalismo y construir una relación directa con la sociedad, con los usuarios. Puede que entonces se inicie el proceso de autoorganización autónoma del trabajo cognitivo. Un proceso que ya ha empezado, como lo muestran las experiencias del mediactivismo y la creación de redes de solidaridad con el trabajo migrante.
Era necesario que atravesásemos el purgatorio de las dotcom, la ilusión de una fusión entre trabajo y empresa capitalista, y también el infierno de la recesión y la guerra infinita, para poder ver emerger el problema con claridad. Por una parte, el sistema inútil y obsesivo de la acumulación financiera y la locura de la privatización del conocimiento público, herencia de la vieja economía industrial. Por otra, el trabajo cognitivo que empieza a verse como cognitariado, y empieza a construir instituciones de conocimiento, de creación, de cuidado, de invención y de educación que son autónomas del capital.
Fractalización, psicopatía, suicidio
En la net
economy, la flexibilidad ha evolucionado hacia una
forma de fractalización del trabajo. Fractalización
significa fragmentación del tiempo de actividad. El
trabajador ya no existe como persona. Es tan sólo un
productor intercambiable de microfragmentos de semiosis
recombinante que entra en el flujo continuo de la red.
El capital no paga ya la disponibilidad del trabajador
a ser explotado durante un período largo de tiempo,
no paga ya un salario que cubra todo el campo de las
necesidades económicas de una persona que trabaja. El
trabajador (máquina que posee un cerebro que puede ser
usado por fragmentos de tiempo) recibe un pago por su
prestación puntual, ocasional, temporal. El tiempo de
trabajo es fractalizado y celularizado. Las células
de tiempo están en venta en la red, y las empresas pueden
comprar tantas como quieran sin comprometerse en absoluto
con la protección social del trabajador. El trabajo
cognitivo es un océano de microscópicos fragmentos de
tiempo, y la celularización es la capacidad de recombinar
fragmentos de tiempo en un determinado semioproducto.
El teléfono celular o móvil puede ser visto como la
cadena de montaje del trabajo cognitivo.
Este es el efecto de la flexibilización
y de la fractalización del trabajo: lo que era autonomía
y poder político del trabajo se ha convertido en dependencia
total del trabajo cognitivo respecto de la organización
capitalista de la red global. Este es el núcleo central
de la creación del semiocapitalismo. Lo que era rechazo
del trabajo se ha convertido en dependencia completa
de las emociones y del pensamiento respecto al flujo
de información. Su consecuencia es una especie de desplome
nervioso que afecta a la mente global y provoca lo que
nos hemos acostumbrado a llamar dotcom
crash. La crisis del capitalismo financiero de masas
se puede ver como consecuencia del colapso de la inversión
económica del deseo social. Uso la palabra colapso en
un sentido que no es metafórico, sino más bien una descripción
clínica de lo que está sucediendo en la mente occidental.
La palabra colapso describe un auténtico hundimiento
patológico del organismo psicosocial. Lo que vimos en
el período inmediatamente siguiente a los primeros signos
de hundimiento económico, en los primeros meses del
nuevo siglo, es un fenómeno psicopático: es el colapso
de la mente global. Veo la depresión económica actual
como un efecto colateral de una depresión psíquica.
La intensa y prolongada inversión del deseo y de las
energías mentales y libidinales en el trabajo ha producido
el ambiente psíquico ideal para un colapso que se está
manifestando ahora en el terreno de la economía con
la recesión y el retroceso de la demanda, en el terreno
político en forma de agresividad militar y en el terreno
cultural en forma de una tendencia suicida de masas.
La economía de la atención se
ha convertido en una cuestión importante en los últimos
años. Los trabajadores virtuales tienen cada vez menos
tiempo de atención disponible, porque están implicados
en un número creciente de tareas mentales que ocupan
todo su tiempo de atención, y no tienen tiempo para
dedicar a su vida, al amor, a la ternura y al afecto.
Toman Viagra porque no tienen tiempo para los preliminares
del sexo. La celularización ha conllevado una especie
de ocupación permanente del tiempo de vida. El resultado
es una psicopatologización de la relación social. Los
síntomas son evidentes: millones de cajas de psicofármacos
se venden en las farmacias, la epidemia de trastornos
de la atención se extiende entre niños y adolescentes,
el uso de fármacos como el Ritalin se hace normal, y
parece extenderse una epidemia de pánico.
Una auténtica ola de comportamiento
psicopático parece dominar la escena de los primeros
años del nuevo milenio. El fenómeno del suicidio se
extiende mucho más allá de los límites del fanatismo
islámico. Desde el 11 de septiembre de 2001, el suicidio
se ha convertido en el acto político crucial en la escena
política global. El suicidio agresivo no debe verse
sólo como un fenómeno de desesperación y de agresión,
sino como una proclamación del fin. La ola de suicidios
parece sugerir que el género humano está fuera de plazo,
y que la desesperación se ha convertido en el modo predominante
de pensamiento sobre el futuro.
¿Y entonces? No tengo
respuestas que ofrecer. Lo que podemos hacer es tan
sólo lo que ya estamos haciendo: la autoorganización
del trabajo cognitivo es la única vía para ir más allá
del presente psicopático. No creo que el mundo pueda
ser gobernado por la razón. La utopía de la Ilustración
ha fracasado. Pero pienso que la difusión del conocimiento
autoorganizado puede crear la forma social de un número
infinito de mundos autónomos. El proceso de creación
de la red es tan complejo que no puede ser gobernado
por la razón humana. La mente global es demasiado compleja
para ser conocida y dominada por mentes locales subtotales.
No podemos conocer, no podemos controlar, no podemos
gobernar toda la fuerza de la mente global.
Pero podemos gobernar el proceso
singular de producción de un mundo singular de vida
social. Eso es hoy autonomía.