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04 2013

Contracanto

Antonio Negri

No cabe insistir sobre la riqueza y la eficacia de la investigación de Gerald Raunig. Es, el suyo, un pasaje que -asumiendo el horizonte determinado por la subsunción real de la sociedad en el capital, la absorción totalitaria del valor de uso en el valor de intercambio- nos lleva, sin embargo, más allá de las pasiones tristes de la escuela de Frankfurt, nos libera de las lecturas de un “posmodernismo” débil y escarnece toda figura lineal de la subsunción, incluso aunque ésta fuera armada por la ironía situacionista. La escritura de Raunig se mueve en ese terreno que se despliega desde Mille plateaux de Deleuze-Guattari hasta las constituciones del posoperismo y ahí produce ricas y articuladas modulaciones de la crítica del poder, inaugurando nuevas líneas de fuga, deserciones, dialécticas de nuevos mundos, reterritorializaciones creativas, etc. Es este un contracanto de todos los desarrollos del pensamiento posmoderno (y también posoperista) que coagulan líneas de crítica (de lo contrario abiertas) e inclinan de modo teoreticista y rígida momentos de resistencias (de lo contrario vivaces). Es por lo tanto un contracanto esencial que nos vuelve a poner todos con los pies sobre la tierra.

Pero quizás necesitemos también de un contracanto “al cuadrado”, vale decir que aquí se reabren problemas y a partir de las conclusiones de Rauning deriva la necesidad de que se elaboren nuevas hipótesis prácticas, políticas, constructivas. Es como una segunda vuelta: el libro de Rauning nos ha mostrado “otro” mundo: en el punto al cual él llegó hay, entonces, una nueva narración por iniciar (para estar a tono con la metáfora kafkiana: una “nueva” Josefina que canta a un pueblo de ratas “reformado”). Ya Leopardi, en su maravillosa Batrachomiomachia, había visto moverse y duplicarse el mundo de las ratas, si bien dentro de pasiones eróticas y movimientos individuales. Aquí, al contrario, para Rauning, los movimientos son múltiples, son los de la multitud y de las libres singularidades que la componen. Entonces ¿cuál es el problema aquí recreado al cual, por segunda vez, pueda corresponder un contracanto? Es, decían Deleuze y Guattari, el de la superación del ritornelo, el de la alternativa entre raspar y estriar el espacio, entre territorializar y desterritorializar. Raunig –con Josefina– nos han dejado definitivamente sobre el terreno político: hic Rodhus, hic salta.

Una vez más, estos problemas no son esos vulgares de quien quiere, por enésima vez, fundar un partido, sino esos subversivos de quien piensa cómo desarrollar la organización de la multitud. Vale decir, el encuentro de las singularidades en los soviet, dentro de consejos de trabajadores de los brazos y de la mente, capaces de reapropiarse del común de la vida. La relación singularidad/multitud puede, en efecto, ser parcialmente declinada en términos de desterritorialización/territorialización.

Ahora se suma un punto de verticalidad, una intensidad aguda e interior, una condensación casi solar que combina efectos de atracción y resistencia sobre una red de fuerzas aún por descubrir. Un “lugar”. Traigo aquí el testimonio de largas discusiones con Féliz Guattari precisamente sobre este tema: ¿qué punto “máquinico” de interferencia productiva, qué “nuevo” agenciamiento puede darse que constituya una función expresiva local, una vez que se encuentre frente a un campo de inmanencia, multiplicador de segmentos y proliferante de velocidades irrefrenables? Era el período en que nuestros dos maestros estaban concluyendo el trabajo sobre Kafka y la respuesta, ya dada en ese ensayo, era que aquella máquina podía ser localizada sólo por consistencia/coexistencia de cantidades intensivas. Lo que –traducido por el analfabeto que yo era- significaba aferrar, en ese campo de inmanencia que las luchas de clases formaban, las cantidades intensivas de la tendencia material a la crisis del sistema capitalista. Y además, de aquellas que constituían el dispositivo del rechazo obrero a la explotación, de las energías revolucionarias (minoritarias, es cierto, pero se sabe que lo minoritario suple al número con la intensidad) en aquel entonces agentes, y del Deseo comunista –más intenso, más alto, pero cuya consistencia se debe al lugar de crisis y lucha. Un sobrevuelo potente que crea un “luego”. Y quince años más tarde, respondiendo a mi pregunta sobre la especificidad de la lucha comunista de clases, Deleuze respondía que el sistema de líneas de fuga que define al capitalismo puede ser aferrado y enfrentado sólo inventando y construyendo una “máquina de guerra”. Vale decir, determinando de tal modo uno espaciotiempo, un poder constituyente y una capacidad de resistencia, localizadas y creativas de un “pueblo por-venir”. Aún un “luego”, entonces, no estático sino creativo –precisamente como este “contracanto al cuadrado” exige.

Las acciones de Occupy y las acampadas de los indignados nos exigen trabajar sobre la definición de esta verticalidad, esta intensidad, este luego. Ya no es una cuestión sólo temporal. Benjamin recuerda que durante las revueltas del siglo XIX, los obreros rebeldes disparaban sobre los relojes de las plazas, denunciando la medida temporal, la medida de la explotación. Al día de hoy los trabajadores precarios, rebelándose, deben disparar sobre los calendarios –que no marcan la continuidad sino la separación de los tiempos, una sucesión distinta de diferentes tiempos de la valorización- ya que su explotación, su alienación, son sobretodo medidas por la movilidad espacial, la separación de los lugares de empleo, la contigüidad local de la cooperación y la diversidad de los espacios que deben recorrer. Así como los migrantes, los precarios, cooperantes en red, siempre en búsqueda de un lugar donde quedarse. Sin este lugar parece imposible rebelarse. ¿Es así? ¿O es ya signo de nuestra frustración, el afirmarlo? De todos modos, es el mismo problema que nos vuelve a llevar hacia el descubrimiento de un lugar, como Occupy nos ha llevado hacia Zuccotti park, hacia la plaza de la libertad. Los movimientos van cambiando de forma, rencontrándolos en un espacio –una verticalidad los atraviesa, localizándolos y elevándolos, con extrema intensidad local.

Es este el contracanto “al cuadrado” que me permito posponer al primer contracanto, el de Raunig, frente a ciertas rigideces posoperistas. Es un canto que nos lleva hacia la lucha por la reapropiación del común de la vida, el empeño revolucionario por la transformación del dinero en una ubicua y transversal moneda de uso corriente, la utopía productiva de una institución común regida por una gestión democrática y participativa.

Hemos caminado un largo tiempo viviendo aventuras extraordinarias: tenemos la necesidad de detenernos por un momento, en un lugar, porque sólo en un lugar es posible renovar continuamente el canto de Josefina.