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07 2007

¿Pesimismo del intelecto, optimismo del General Intellect?

Rodrigo Nunes

Traducción de Marcelo Expósito, revisada por Joaquín Barriendos


““La tendencia no es en ningún sentido una ley necesaria e ineluctable que gobierna la realidad. La tendencia es un esquema general; toma como su punto de partida un análisis de los elementos que van a componer una situación histórica dada. Sobre la base de ese análisis, define un método, una orientación, una dirección para la acción política de masas. […] La razón está preparada para aceptar los riesgos de esta aventura: de hecho la verdad de la tendencia yace en su verificación práctica. […] [El] objetivo fue siempre traducir las previsiones teóricas a la política y a la práctica –y, fundamentalmente, plantear (a este nivel), siempre, el problema de la organización. Entonces, si vamos a ser acusados, seamos acusados no de economicismo sino de un problema genuino, de nuestro retraso en encontrar una nueva solución al problema de la organización. Aceptaríamos tal acusación críticamente y nos abocaríamos a resolverla, dentro y a través del movimiento”[1].

“Todo esto plantea el enorme problema de la legitimación de la actividad política, nos fuerza a encarar diariamente la composición de la clase y a leer el programa sólo en el comportamiento de la clase, no en nuestros propios estatutos [...]”[2].

El elemento más misterioso del relato y la metodología de la composición de clase es el momento último: la recomposición. La agitación operaísta se dirigía inicialmente a promover las luchas en torno al salario en las grandes fábricas donde los operaístas habían logrado implantar su base social. Al interior del sistema keynesiano, convertir el salario en una variable independiente cuya única medida fuese la fuerza política relativa del obrero masa era un momento estratégico clave en la afirmación de una “autosuficiencia” subjetiva la cual presionaría al sistema hasta sus límites. Después de la reestructuración productiva, y una vez acabados los acuerdos del Estado de bienestar, el tema de la recomposición parece volverse cada vez más abstracto: primeramente en la fijación que Potere Operaio tenía en su fase final con la construcción del partido; después, en la obra de Negri, con el trabajo abstracto (“Crisis del Estado planificador”) y el obrero socializado (“Los proletarios y el Estado”). La recomposición parece tener que ver cada vez menos con algo que ya existe, con una demanda concreta o un elemento de confrontación, y cada vez más con lo que requiere ser construido (el partido) o con un concepto abstracto del cual se puede deducir lógicamente una dirección, y que, de acuerdo con la teleología operaísta de una socialización creciente del proletariado, tendería a ser omnipresente.

El problema con estos lineamientos abstractos en el proceso de recomposición es que el desarrollo conceptual y el rigor lógico si bien pueden facilitarnos en el mejor de los casos indicaciones de hacia dónde dirigirnos, no resuelven, ni tan siquiera definen, los problemas de la organización. Mientras que cualquier discurso sobre la composición es al menos en parte objetivo y puede ser asimilado al discurso marxista, el misterio de la (re)composición se entiende mucho mejor probablemente en términos spinozianos, esto es, como la lucha del conatus por seleccionar las cosas con las que entra en relación con el fin de intensificar su poder de actuación; es decir, como la disposición de encuentros que producen más potentia[3]. Algo así, sin embargo, sólo puede ser determinado experimentalmente: sólo después de haber entrado en una relación, sólo habiendo sido capaz de producir una “composición” (en el sentido spinoziano, o de un cierto Spinoza leído por Deleuze) puede uno decir qué significa. De nuevo, “la organización es la espontaneidad reflexionando sobre sí misma”.

El hablar de la (re)composición en términos de reforzamiento del poder de actuar tiene un eco en el análisis que Paolo Virno hace del “movimiento global”:

“El movimiento global, de Seattle en adelante, se nos muestra como una batería que funciona a medias: acumula energía sin pausa, pero no sabe dónde descargarla. Goza de un poder de acumulación enorme que no se corresponde, por el momento, con una capacidad de inversión adecuada. Es como estar frente a un nuevo aparato tecnológico, potente y refinado, del cual ignoramos las instrucciones de uso” [4].

De una manera verdaderamente operaísta, de forma semejante a como Sergio Bologna hablaba del movimiento del 77, Virno advierte contra cualquier interpretación que considere el movimiento actual como algo externo o marginal con respecto a las relaciones de producción. Si el posfordismo pone la vida a trabajar, lo que el “movimiento global” pone de manifiesto es, al mismo tiempo, su enraizamiento en dicha condición y una “carga ética” que plantea cuestiones relativas a la exigencia de “vida buena”, reclamando y defendiendo “algunos principios muy generales que conciernen a la ‘condición humana’”:

“la libertad de expresión, de coparticipación en el bien común que es el conocimiento, la paz, la protección del medio ambiente, la justicia y la solidaridad, la aspiración a una esfera pública en la que se valoraría la singularidad e irrepetibilidad de cada existencia singular”[5].

En Europa —pero también hasta cierto punto en otros lugares— la tesis del trabajo inmaterial se ha empleado para intentar “reterritorializar” el movimiento. Esta reterritorialización tiene muchos significados. Es al mismo tiempo una manera de alejarse de un planteamiento de los problemas en términos globales o “humanos en general” (siendo este alejamiento uno de los motivos que ha provocado el abandono de las movilizaciones contra las cumbres de las instituciones globales) y el rechazo de un pensamiento tercermundista residual en el que los problemas “reales” y las luchas “reales” siempre parecen suceder lejos de “aquí”. En este sentido es también una vuelta a la política en primera persona que no apela a una amplia preocupación ética por el estado del mundo sino a las necesidades y a los deseos inmediatos, que no plantea una separación entre el sujeto “activista” y la “gente normal” por quien se pelea y a quien se interpela. En consecuencia, esta reterritorialización también significa una vuelta al territorio inmediato y a la producción y reproducción social que en él se despliegan[6]. Este proceso ha encontrado en Europa sus dos puntos focales en los temas de la precariedad y la migración, muy influido e inspirado, obviamente, por el (post)operaísmo.

Pero llegados a este punto debemos separarnos de algunas de las tesis sustanciales del pensamiento postoperaísta actual, aunque nos mantengamos fieles al impulso original de su mirada hacia las formas existentes de organización política con el fin de encontrar caminos por donde avanzar, es decir, fieles a la idea básica sobre la que opera el concepto de composición de clase: en otras palabras,  fieles a la idea de que a ciertas formas adoptadas por la organización de la producción (composición técnica) deben corresponder ciertos patrones de comportamiento político que prefiguran las respuestas inmanentes a aquellas formas (composición política), la intensificación e interconexión de los cuales pueden generar un nuevo ciclo de luchas.

Nos encontramos en este punto con un problema delimitado, por una parte, por la situación presente que se suele identificar como un impasse al que han llegado las formas y las subjetividades de resistencia constitutivas del acontecimiento que llamamos “movimiento global”; y, por otra parte, por las cuestiones que tienen que ver con la indagación de los mecanismos internos y las interconexiones de la actual composición de clase planetaria. Es éste entonces un momento en el cual resurgen las cuestiones relativas a la organización. En tal situación, un discurso abstracto sobre la tendencia –como el de la supuesta hegemonía del trabajo inmaterial– resulta poco iluminador o, en el peor de los casos, puede incluso representar una vuelta al objetivismo y a la teleología que desde siempre han obsesionado al discurso (post)operaísta, como si fueran los fantasmas gemelos de Hegel y del marxismo ortodoxo a quienes uno nunca pudiera acabar de exorcizar[7].

Está claro que muchas cosas han cambiado desde que los Quaderni Rossi lanzaron su orden fundacional de mirar hacia la “verdadera clase” en la “verdadera fábrica”: por mencionar sólo una, que no es menor, ha perdido su peso relativo la agitación “a las puertas de la fábrica” (en particular en las regiones ampliamente desindustrializadas del Norte global, aunque también en el Sur global). Eso significa no sólo una transformación de la base social potencial (la que los operaístas experimentaron entre las huelgas de 1969 y el movimiento del 77), sino también de los propios medios de constitución de las subjetividades políticas. El fordismo produjo claramente grandes posibilidades para la intervención política mediante la concentración de masas enormes de trabajadores en un sólo lugar y disponiéndolos a lo largo de la cadena de montaje, de tal manera que permitía a un número relativamente pequeño de trabajadores estratégicamente colocados interrumpirla llevando la fábrica al paro; el Estado de bienestar ofrecía un cierto grado de seguridad a quienes se comprometían en la actividad política.

Todavía está por inventar la forma de intervenir en una situación productiva que se caracteriza por la descentralización, la difusión territorial, la flexibilidad, la movilidad, la informalidad y por incluir una plétora de formas de trabajo mucho más variadas en su estatuto y en sus modos de organización, incluso al interior de segmentos de trabajo semejantes (por ejemplo entre las enfermeras de hospital y las trabajadoras cuidadoras flexibles), que las que se daban en el fordismo. Algunos pasos tentativos, tanto teóricos como prácticos, se están dando en esa dirección, bajo nombres como sindicalismo solidario, biosindicalismo, coinvestigación metropolitana[8]; en organizaciones y campañas en torno al alojamiento (como el movimiento V de Vivienda en España), el transporte (Movimento Passe Livre en Brasil, Planka Nu en Suecia), el trabajo y las condiciones de vida precarias (las Oficinas de Derechos Sociales en España, la Coordination des Intermittents du Spectacle en Francia, la Red Euromayday, Justice for Janitors e Industrial Workers of the World)[9]. A continuación intentaré esbozar algunas líneas generales a lo largo de las cuales tales experimentos se están ya desarrollando o podrían llegar a desarrollarse.

 
1. Sobre el territorio

En primer lugar, como ya se dijo, estos experimentos representan un regreso al territorio. Por encima de todos los significados que podamos atribuir a este movimiento, nuestro primer argumento es que dicho regreso representa —en relación a la clásica agitación “a las puertas de la fábrica”— un descentramiento del lugar de trabajo. En algunos casos el lugar de trabajo es secundario o irrelevante: la mayor parte de la base social de Passe Livre la conforman estudiantes y está organizada a nivel nacional mediante una estructura federal, con comités locales, por ciudades y por estados; el movimiento por una vivienda digna y contra la especulación inmobiliaria en España se organiza a partir de asambleas por ciudades. Incluso en aquellos casos en los que el objetivo principal sigue siendo la organización entorno al lugar de trabajo, dicho objetivo se integra en un marco más amplio de organización comunitaria. Que el activismo en el lugar de trabajo se complemente con un mapeo constante de las redes sociales en las que los trabajadores y trabajadoras se insertan, de manera que el proceso de organización se desarrolle lateralmente hacia comunidades de migrantes, organizaciones vecinales, grupos religiosos, etcétera, continua siendo, por ejemplo, un aspecto muy importante del modelo de Justice for Janitors; se ha demostrado que en ello reside gran parte de la fuerza del modelo.

Esta forma de territorialidad nos conduce hacia mi segundo argumento: bajo unas condiciones de producción difusas en las que “la vida se ha puesto a producir”, un análisis de la composición de clase que sirva a fines prácticos debe tender a producir cartografías. En otras palabras, consiste cada vez menos en encontrar un modelo abstracto general o un sujeto hegemónico, y cada vez más en identificar las articulaciones concretas de diferentes formas de trabajo, género y estatuto legal, así como de subjetividades, flujos de personas, mercancías, servicios y comunicación que se producen en el territorio. Categorías tan vastas como “precariedad”, aun siendo útiles, sólo pueden ser puestas a producir por medio de ese tránsito en el análisis de la composición de clase. Justice for Janitors utiliza la cartografía, por ejemplo, como una herramienta permanente para el reconocimiento de redes sociales dentro y fuera del lugar de trabajo, identificando sus principales nodos (los cuales pueden ser líderes potenciales y activistas, objetivos potenciales de las medidas antisindicales) registrando incluso las variaciones de actitud y simpatía hacia la campaña en su decurso[10]. La cartografía es, al mismo tiempo, una fuente para renovar conocimiento y un motor de organización en sí misma: al igual que la coinvestigación, no consiste solamente en una herramienta para amasar conocimiento por sí mismo, sino en un proceso de producción de subjetividad el cual crea, por ejemplo, nuevas relaciones o permite que quienes ejercen liderazgo sean responsables de mapear sus propios lugares de trabajo[11].

 

2. Construir y habitar

Si atendemos a un significado más profundo de este regreso al territorio llegamos a nuestro tercer argumento. En su análisis del “movimiento global”, Virno avanza una idea prometedora la cual, sin embargo, deja sin desarrollar:

“La función simbólico-mediática ha sido, al mismo tiempo, un conjunto de ocasiones favorables y de límites. Por una parte ha garantizado la acumulación de energía, por otra ha impedido su aplicación, o la ha diferido hasta el infinito. Todos los activistas y las activistas son conscientes de esto: el movimiento global no ha logrado incidir (entiendo ‘incidir’ al modo de un ácido corrosivo) en la actual acumulación capitalista. El movimiento no ha puesto en juego una combinación de formas de lucha capaz de convertir las condiciones de trabajo precario, intermitente, atípico en una potencia políticamente subversiva. (...) La pregunta debería ser: ¿de dónde surge esta dificultad? ¿Por qué no se ha visto significativamente afectada la tasa de beneficio por un lado y el funcionamiento de los poderes constituidos por el otro, después de tres años de desorden? ¿Por qué este paradójico double bind sobre la base de algo de lo cual lo simbólico-comunicativo es una auténtica hélice propulsora y, al mismo tiempo, una fuente de parálisis?[12].

Se puede decir que el “movimiento global” —si lo entendemos como algo más que la suma de sus partes (esto es, como algo más que la organización de sus elementos, los cuales siguen teniendo con mucha frecuencia al Estado nación como marco de referencia) — consistió en la producción simbólica de acontecimientos espectaculares; este fue el caso de Seattle, cuya transmisión a través de varios medios de comunicación creó a su vez nuevos flujos de comunicación y coordinación[13]. La conexión que Virno parece dejar de hacer entre la “carga ética” de este movimiento y su doble atolladero es que el otro del activismo “simbólico-comunicativo” de aquellos días era el público: en el mercado de la información y de los afectos transmitidos por medios masivos de comunicación y entre pares, los sujetos activistas competían por la atención del público con productos y estilos de vida masivamente producidos y publicitados, y, en ocasiones, competían incluso con la recontextualización y reformulación de la propia información y los afectos que los mismos sujetos activistas producían. Teniendo un control limitado de las maneras en las que la información y los afectos se enmarcan y transmiten, el activismo simbólico-comunicativo los emite al éter con la esperanza de que alguien esté a la escucha, sea informado o afectado ahí afuera, y actúe en consecuencia. Esto quiere decir que, a pesar de toda la concienzuda retórica acerca de que “nuestra revolución no tiene espectadores”, el fracaso a la hora de enraizar las luchas en las necesidades y deseos inmediatos significó que nuestra lucha acabara por no ser parte de una cosa ni de la otra.

El modelo “contracumbre” de protesta puede ser criticado y de hecho lo ha sido de diversas maneras, particularmente por ser insostenible: mantener el énfasis en amplias movilizaciones un año tras otro supone una enorme inversión de recursos (físicos, emocionales, de tiempo, dinero, etc.) que se consumen en organizar algo que por definición no es un fin en sí mismo; las pérdidas en términos de queme, trauma, represión policial y demonización mediática tienden a debilitar a los  grupos más que a fortalecerlos una vez que el acontecimiento ha finalizado; pasar del modelo guerrilla con acciones a pequeña escala al modelo guerra con acciones de masas, en el que la situación de guerra se limita necesariamente a unos pocos días, significa atraer un grado de atención y represión que los grupos no están en disposición de soportar. Se podría argüir una crítica paralela a ésta, en el sentido de que dicha insostenibilidad es reflejo de una confusión más profunda entre trabajar para escenificar una demostración de fuerza y trabajar para desarrollar propiamente esa fuerza: se cae en una lógica espectacular de acuerdo con la cual la creación de una expresión de disenso que pueda circular como información y afecto llega a entenderse como el único modo de (re)producir disenso.

En un entorno saturado de información, la insistencia de los gestos de afirmación y de producción de afecto —su capacidad de seguir produciendo efectos— está determinada por su materialidad, la posibilidad de ser repetidos, de poder diseminarse y por el poder que el público tenga de controlar su propio grado de atención (y su vida)[14]. Es perfectamente posible, en efecto, que la “gente común” esté de acuerdo con lo que plantean los sujetos “activistas”: pero el hecho de que la mayoría de la población en Gran Bretaña y Estados Unidos se oponga a la guerra no se traduce automáticamente en una oposición activa o en una amplia desobediencia civil; el hecho de que mucha gente crea en la amenaza del cambio climático que produce el actual modo de producción parece aumentar, no disminuir, su confianza (o cuando menos su esperanza) en la capacidad de los gobiernos y las empresas para encontrar una solución al mismo. Sin embargo y, por otra parte,

“El control, en los países occidentales, no se expresa solamente por la modulación de los cerebros, sino también por el modelado de los cuerpos (prisiones, escuela, hospital) y la gestión de la vida (workfare). Sería hacer un regalo a nuestras sociedades capitalistas el pensar que todo pasa por la variación continua de los sujetos y los objetos, por la modulación de los cerebros, por la captura de la memoria y de la atención a través de los signos, las imágenes y los enunciados. Las sociedades de control integran los ‘viejos’ dispositivos disciplinarios. En las sociedades no occidentales, donde las instituciones disciplinarias y el workfare son más débiles y menos desarrolladas, control significa directamente lógica de guerra, incluso en tiempo de ‘paz’ (véase de nuevo el caso de Brasil)”[15].

No se trata únicamente de que los “viejos” modelos de la práctica política (como son la organización comunitaria y en los lugares de trabajo) desarrollen relaciones que tiendan a ser más robustas y por tanto más insistentes (debido al hecho de éstas se construyen sobre lazos de afecto, confianza, tiempo compartido, etc.). Se trata además de que la organización necesita, en sí misma, desplazarse hacia la reconfiguración de los modos diversos en que la subjetividad se produce por y para el capital. Este planteamiento constituye mi tercer argumento[16].

En este proceso, la organización debe ir más allá de su condición de organización “política” (en el sentido estricto de aquella organización que crea campañas, grupos, etc.) para convertirse en creación social: no debe temer —y en esto consiste tanto mi cuarto como mi quinto argumento— ni a su propio poder de crear instituciones, ni a su capacidad empresarial. Resulta curioso que, por mucho que hoy se celebren los poderes auto-organizativos inextinguibles de la multitud, parecería que se celebran siempre como potencial y nunca en acto; cualesquiera que sean las cosas que seamos capaces de crear, merecen el mismo amor (crítico) que dedicamos a nuestro poder de crearlas.

 

3. Más tarde o más temprano será ya demasiado tarde

Hablar de nuestra capacidad empresarial implica intentar verificar en la práctica algunas de las presunciones más optimistas de la tesis del trabajo inmaterial; si la vida y el territorio se están volviendo productivos, ello debe verse reflejado en el acrecentamiento de la capacidad de producir organización colaborativa de la actividad económica. Si bien debemos mantener un saludable escepticismo sobre el alcance de nuestras propias pretensiones, es también cierto que experimentos como los que actualmente practican la solidaridad económica son más posibles hoy que anteriormente (debido al desarrollo de las infraestructuras, de la informatización, de las competencias de la fuerza de trabajo, etc.)[17]. La red colaborativa es un logro común del “movimiento global” (pensemos en Indymedia), pero lo ha sido en gran parte de una manera temporal y ad hoc. Particularmente en aquellos campos de trabajo “propiamente” inmaterial en los que la condición cada vez más externa del capitalista con respecto al ciclo productivo parece ser una hipótesis real, nuestras posibilidades son más que meramente potencialidades: para los trabajadores y trabajadoras creativas inmateriales se trata de la cuestión política par excellence[18]. No se trata (tan sólo) de producir contenido político, sino de transformar las condiciones bajo las cuales el contenido político se produce. Muchos sujetos que están implicados actualmente como productores en la lucha contra los derechos de  propiedad intelectual podrían confirmar que este último planteamiento es mucho más importante que cualquier tentativa de encontrar algún tipo de mediación que pudiera dejar el marcador en empate entre quienes escapan al copyright y quienes intentan reforzarlo; dado que las actuales condiciones tecnológicas permiten que la posibilidad de escapar al control sea infinita, los sujetos productores pueden comportarse sin freno como el temible infinito que el capital nunca podrá clausurar, mientras que, al mismo tiempo, inventan nuevas formas de ganarse la vida[19].

Hablar de instituciones también supone volver a los proyectos de larga duración. Para los nuevos movimientos que han aparecido en los últimos diez años, su enraizamiento en las relaciones productivas ha tenido una significación ambivalente: su mayor movilidad y flexibilidad temporal ha implicado también que muy pocos proyectos e iniciativas hayan sobrevivido lo suficiente como para producir resultados permanentes. No hace falta decir que la temporalidad de la organización y de la producción de innovación social es muy diferente de la temporalidad de las movilizaciones “contracumbre”.

Mientras que se puede afirmar que para los trabajadores y trabajadoras inmateriales creativas y creativos el potencial objetivo de la autoorganización colaborativa va de la mano de un fuerte incentivo subjetivo a permanecer en el juego del sistema (mediante la promesa elusiva de “crecer”, pero también por el atractivo de poder mantener un estilo de vida interesante incluso por parte de quienes están en el escalafón más bajo), en su nivel más universal esto significa que es la necesidad elemental de reproducirse a sí mismo o a sí misma lo que, evidentemente, empuja a la gente a vender su fuerza de trabajo: es lo que hace que todos y todas seamos parte del capitalismo. Es fácil observar que hoy, en el contexto de ese impasse del “movimiento global”, el fracaso a la hora de construir colectivamente alternativas concretas y sostenibles ha llevado con mucha frecuencia a que la gente busque la “solución” en formas individuales de ganarse la vida. Es ahí donde siempre nos encontramos con el riesgo de que nuestro nuevo empleo nos sitúe en la posición no sólo de tener que empujar a la cuneta a nuestros “compañeros” (ahora competidores), sino que también nos vemos obligados a convertirnos en proxenetas de nuestro propio capital social. Hay muchas carreras que se pueden hacer en el mundo académico o en del arte, por ejemplo, sacando rendimiento de la implicación en la política, y que pueden suponer el aprovechamiento individual de procesos colectivos a cambio de beneficio económico o capital cultural[20].

Esto no quiere decir que el hecho de que alguien se convierta en curador o en académica se haya pasado necesariamente y de inmediato “al otro lado”; hay muchas maneras en las que los individuos pueden desarrollar tales funciones —por ejemplo, canalizando flujos económicos hacia procesos colectivos que producen efectos políticos—; una verdadera economía política del “contraproxenetismo”[21] no sólo es posible, sino que también es necesaria para la existencia de relaciones transversales con instituciones como las universidades y los medios de comunicación (dominantes). Si la alternativa fuese en este orden de cosas exaltar las virtudes de quienes han decidido dedicarse a trabajos remunerados por debajo de sus capacidades con el fin de “no venderse”, habría que responder entonces que la ética del sacrificio tampoco parece una opción deseable. También hay que decir que incluso aquellos trabajos que en el pasado podían parecer deseables ya no lo son tanto hoy día; basta con observar el caso del mundo académico para caer en la cuenta de que, por muy resplandeciente que parezca la olla llena de monedas de oro que nos espera al final del arco iris, la tendencia estructural es convertir esa felicidad final cada vez más y para cada vez más gente en una especie de zanahoria que funciona a modo de incentivo para que los trabajadores y trabajadoras flexibles del mundo académico acepten un tiempo de trabajo flexible bajo condiciones pésimas (y cada vez peores)[22].

Debería quedar claro por tanto que la cuestión de desplazarse desde del nivel de las soluciones individuales hacia el de las colectivas, en las cuales las condiciones de sostenibilidad (tanto individual como colectiva) y los proyectos políticos a largo plazo, la empresarialidad y el poder instituyente, se suman para producir innovación social más allá de la lógica del mercado: el poder de negociación colectiva, vender nuestro producto y no nuestra fuerza de trabajo, la capacidad no sólo de producir efectos políticos, sino también de producirlos sobre bases diferentes[23].

Cualquier discurso sobre nuestra construcción de instituciones no puede dejar de ser consciente de los peligros que acechan: se debe ser capaz de conectarlas y desconectarlas selectivamente de otras instituciones (ONG, instituciones gubernamentales) tanto a nivel molar como molecular, y el amor y el compromiso que les dediquemos no pueden ser ciegos: no debemos tener nunca una identidad que no seamos capaces de abandonar. El objetivo de un movimiento ha de ser siempre producir un exceso de sí mismo, nuevas relaciones, encuentros inesperados; las posiciones fijas pueden cumplir una función tanto positiva como negativa en este proceso. Como en el caso de San Francisco de Asís, al que se hace referencia al final de Imperio de Michael Hardt y Antonio Negri, sólo podemos esperar ser lo bastante sabios como para saber discernir. La conclusión es bien sencilla: desde el momento en que rechazamos cualquier forma de teleología tenemos que aceptar que todas nuestras creaciones (incluso la creación de nosotros y nosotras mismas) son parte de un flujo que avanza y en cuyo tránsito pueden cambiar o ser abandonadas[24]. Grandes son los peligros, pero no podemos impedirnos la toma de decisiones prácticas planteándonos oposiciones abstractas del tipo “reforma o revolución”: una institución sólo puede ser definida por los efectos que produce; y puesto que dichos efectos cambian a lo largo del proceso (tanto como resultado de la propia práctica instituyente/institucional como por la serie de acontecimientos que los efectos producen a su alrededor o que a su vez los producen) igualmente deben las preguntas permanecer abiertas y variables en el tiempo. Quizá sea éste el momento y el lugar en el que anudar un pesimismo del intelecto con un optimismo del General Intellect.



[1] Antonio Negri, “Crisis del Estado planificador. Comunismo y organización y revolucionaria” (1974), en Crisis de la política. Escritos sobre Marx, Keynes, las crisis capitalistas y las nuevas subjetividades, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 2003, pág. 98 (http://poderautonomo.com.ar/lecturas/crisis%20del%20estado%20planificador.htm).

[2] Sergio Bologna, “La tribu delle talpe”, en Sergio Bologna (ed.), La tribu delle talpe, Feltrinelli, Milán, 1978, pág. 28.

[3] Baruch de Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Trotta, Madrid, 2005; véase en particular P2-4, IV; P8, IV; P18-21, IV; P26, IV; P31, IV; P59, IV.

[4] Paolo Virno, “Facing a new 17th century” (http://www.generation-online.org/p/fpvirno4.htm).

[5] Ibídem; cita ligeramente modificada.

[6] Véase Rodrigo Nunes, “Territory and deterritory. Inside and outside the ESF 2004, new movement subjectivities” (http://info.interactivist.net/article.pl?sid=04/10/29/1410226&mode=nested&tid=14).

[7] En una reciente discusión sobre el pensamiento postoperaísta y la tesis del trabajo inmaterial en particular he intentado profundizar en las razones por las cuales deberíamos cuestionar la utilidad de hablar en términos de una tendencia a la hegemonía del trabajo inmaterial. De forma esquemática, mi argumento consiste en señalar que, por una parte, el pensamiento (post)operaísta se caracteriza desde el comienzo por una oscilación estructural entre el subjetivismo y el objetivismo con, por un lado, el énfasis puesto en los poderes de autoorganización de la fuerza de trabajo y la contingencia de sus momentos de confrontación con el mando capitalista, y, por otro lado, sosteniéndose sobre una teleología encubierta que apunta hacia una creciente socialización de la fuerza de trabajo que se realiza a través de las respuestas del capital a los momentos de crisis. La hegemonía del trabajo inmaterial juega entonces, en los debates contemporáneos, el papel de punto final de este proceso teleológico, en el que la capacidad de agencia se desplaza desde la fuerza de trabajo hacia la reestructuración capitalista, de manera que el capital parece estar trabajando necesariamente para su propia disolución. La segunda parte de mi argumento consiste en mostrar cómo el carácter emancipador general del “trabajo inmaterial” se extrapola a partir de casos muy limitados que constituyen una categoría muy amplia, para después preguntar qué significado puede tener, en esas condiciones, hablar de “hegemonía”. Señalo que es imposible imaginar esta hegemonía como una nivelación positiva de todas las formas de trabajo, aunque debamos sin embargo dejar abierta la posibilidad de hablar de una primacía organizativa o política. Este último argumento está lleno de problemas, particularmente si tomamos en consideración las disparidades y la interdependencia de la composición de clase global. Véase Rodrigo Nunes, “Forward how? Forward where?”, en ephemera: theory and politics in organisation, nº 7, (Post-)operaismo beyond the immaterial labour thesis (I), 2007 (http://www.ephemeraweb.org/journal/7-1/7-1nunes.pdf).

[8] Véase T. Hamilton y N. Holdren, “Compositional power”, en Turbulence. Ideas for movement, nº 1, 2007 (http://www.turbulence.org.uk); Andrea Fumagalli, “Long live the Great Precarian Alliance... and long live the social precariat’s bio-union”, 2005 (http://www.interactivist.net/article.pl?sid=05/04/21/1824211&id=) y Franco Ingrassia (2006) “Ideas precarias para un sindicalismo biopolítico” (http://www.sindominio.net/contrapoder/article.php3?id_article=70).

[9] Véase respectivamente: <http://vdevivienda.net>, <http://www.mpl.org.br>, <http://www.planka.nu/eng>, <http://www.precarity-map.net/wiki/index.php.Oficina_de_Derechos_Sociales._ODS>, <http://www.cip.idf.org>, <http://www.euromayday.org>, <http://www.seiu.org/property/janitors>, <http://www.iww.org>.

[10] Para más información sobre la metodología empleada en Justice for Janitors, véase Valery Alzaga y Rodrigo Nunes, “Organise local, strike global”, en Turbulence. Ideas for movement, nº 1, op. cit.

[11] Una buena introducción a la práctica política de la cartografía se puede consultar en Nicolás Sguiglia y Javier Toret, “Cartografía y máquina de guerra. Desafíos y experiencias en torno a la investigación militante en el sur de Europa”, en Brumaria, nº 7, Arte, máquinas, trabajo inmaterial, diciembre de 2006, y edición multilingüe en transversal: investigación militante, abril de 2006 (http://transform.eipcp.net/transversal/0406/tsg/es); y Maribel Casas Cortés y Sebastián Cobarrubias, “A la deriva por los circuitos de la máquina cognitiva. Circuitos feministas, mapas en red e insurrecciones en la universidad”, en Brumaria, nº 7, op. cit. (http://brumaria.net/textos/Brumaria7/21maribelcasascalvoysebastiancobarrubias.htm).

[12] Paolo Virno, “Facing a new 17th century”, op. cit. (cita ligeramente modificada)

[13] Calificando de acontecimiento al “movimiento global” quiero subrayar el hecho de que antes que consistir en un movimiento concreto en el sentido tradicional, se trata en efecto de la co-incidencia histórica de tres factores: una veloz intensificación de las luchas en el Norte global (sobre todo alrededor del movimiento de protesta contra las cumbres), una rápida sucesión de acontecimientos (tales como la insurgencia zapatista en 1994, la “batalla de Seattle” en 1999, las “guerras del agua” bolivianas en 2000, la crisis argentina de 2001) y la creciente capacidad por parte de los movimientos para comunicarse y coordinarse a través del planeta (lo que a su vez permitió que se conociesen muchas luchas que hacía tiempo tenían lugar en el Sur global). Estos tres factores produjeron la idea de una circulación global de luchas, tanto en el sentido de que todo ello producía “más” lucha (implicando a cada vez más gente, facilitando una coyuntura en la que cada vez más movilización era posible y, en cierto modo, “necesaria”, con el fin de actuar sobre la coyuntura) como en el sentido de que el movimiento se dotaba a sí mismo de una dimensión complementaria: el imperativo de comunicar, tejer red, coordinarse.

[14] Para Paolo Virno, la charla y la curiosidad son atributos de la multitud. Véase “Charla y curiosidad. La ‘formación difusa’ en el postfordismo”, Virtuosismo y revolución, Traficantes de Sueños, Madrid, 2003, así como Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas, Traficantes de Sueños, Madrid, 2003 (accesibles en <http://www.traficantes.net>).

[15] Maurizio Lazzarato, “Lucha, acontecimiento, media”, en transversal: differences and representations, mayo de 2003 (http://eipcp.net/transversal/1003/lazzarato/es).

[16] Digo “viejas” aquí con un alto grado de ironía; incluso aunque se trate de una forma de organización de “clase”, no hay nada viejo en la forma de la Coordination des Intermittents du Spectacle, por ejemplo. Véase Maurizio Lazzarato, “La forma política de la coordinación”, en Brumaria, nº 7, op. cit., y edición multilingüe en transversal: prácticas instituyentes, julio de 2007 (http://transform.eipcp.net/transversal/0707/lazzarato/es).

[17] Véase E. Mance, “Solidarity economics”, en Turbulence. Ideas for movement, nº 1, op. cit.

[18] Entiendo que los trabajadores y trabajadoras inmateriales creativas son aquéllas que producen tanto el contenido como la forma del producto inmaterial, esto es, quienes (al menos potencialmente) pueden determinar con libertad el contenido y la forma de un producto que puede ser libremente compartido por medio de las tecnologías al alcance de la mano. He argumentado en otro lugar que se trata de la única forma de trabajo inmaterial a la que atañen las más radicales afirmaciones sobre la categoría general de trabajo inmaterial: véase Rodrigo Nunes, “Forward how? Forward where?”, op. cit.

[19] En esto consiste la lucha en torno a la propiedad intelectual pero sólo en el aspecto de la producción, donde los productores disfrutan de una posición privilegiada dado que toda la “iniciativa” está de su lado. No se podría decir lo mismo de lo concerniente a la biopiratería y a la producción de organismos transgénicos.

[20] Llegados a este punto, resulta ilustrativo echar un vistazo al estudio de A. Arvidsson sobre la relaciones entre cultura underground y publicidad: “Creative Class or administrative class? On advertising and ‘the underground’”, en ephemera: theory and politics in organisation, nº 7, op. cit. (http://www.ephemeraweb.org/journal/7-1/7-1arvidsson.pdf).

[21] Cuando digo “economía política del contraproxenetismo” aludo obviamente al texto de Suely Rolnik “Geopolítica del chuleo”, en Brumaria, nº 7, op. cit., y en transversal: máquinas y subjetivación, noviembre de 2006 (http://transform.eipcp.net/transversal/1106/rolnik/es); pero el término “contraproxenetismo” propiamente surge de una conversación con Janna Graham y Valeria Graziano.

[22] Véase por ejemplo M. Bousquet, Parascondola y T. Scott, Tenured bosses and disposable teachers. Writing in the managed academy, University of Southern Illinois Press, Carbondale, 2003.

[23] Sobre la capacidad de negociación colectiva véase Raúl Sánchez Cedillo, “Hacia nuevas creaciones políticas. Movimientos, instituciones, nueva militancia”, en transform: prácticas instituyentes, op. cit. (http://transform.eipcp.net/transversal/0707/sanchez/es); tomo la expresión “vender nuestro producto, no nuestro trabajo” de la “cooperativa comunista” berlinesa Telekommunisten (http://wwww.telekommunisten.net).

[24] Aquí podría referirme de nuevo al Movimento Passe Livre en Brasil, cuya adopción en 2005 de una forma federal altamente estructurada parece que hasta el momento ha favorecido, y no impedido, su desarrollo.